Desde el 04 hasta el 08 de Agosto, 2019.
Entre Mokra Gora y Belgrado hay poco más de 200km, pero se nos hizo un poco más largo que lo que pensábamos, si bien salimos desde el pueblo algo antes del mediodía, y paramos para hacer unas compras y comer en un supermercado que vimos en la carretera, llegamos al punto que teníamos marcado en las afueras de la capital bien a la tardecita, y bastantes cansados. Nos recompensó que el lugar que elegimos era mucho mejor que lo esperado.
Belgrado se ubica justo en la confluencia de los ríos Sava y Danubio. En esa zona donde estábamos, hay lo que parece haber sido en otra época una dársena o antiguo puerto, es algo así como un gran canal que corre paralelo al cauce natural del río Sava por unos kilómetros, y en algún momento han decidido transformar la zona en un gran parque y zona de recreo para la gente.
Todo la zona del parque Ada es perfectamente apta para el baño, ya que han hecho de las costas playas artificiales de piedras pequeñas. El agua está limpia y hay multitud de bares y oferta de ocio. Además hay un circuito de carriles bici, ski acuático por cable, duchas y hasta wifi público en todo el parque, entre otras muchas comodidades.
Si bien nosotros nos quedamos en uno de los estacionamientos del lugar, terminamos la tarde disfrutando del agua y por la noche recorrimos caminando la costa.
Malén había visto en una tienda de Montenegro una marca de zapatos serbia muy particulares, y averiguando por internet, encontramos la dirección de la tienda en Belgrado donde los vendían. Antes de empezar nuestra visita a la parte céntrica, nos fuimos hasta allí para ver si encontraba algún par de zapatos de su agrado para comprar. Esas cosas son buenas excusas también para salir de los circuitos turísticos tradicionales y conocer otra versión de las ciudades. La tienda estaba en un barrio periférico, no muy lejos del parque donde estábamos, y aunque diminuta, colmó sobradamente las expectativas de Malén, que compró unos cuantos pares.
Pusimos en nuestro navegador como destino el centro de Belgrado, y una vez cerca buscamos un estacionamiento que aparecía en una aplicación como gratuito.
Dejamos a Furgo allí y siguiendo las indicaciones de gente a la que preguntamos, caminamos hasta la Plaza de la República, centro neurálgico de la ciudad.
Belgrado es una ciudad bastante grande y tiene su encanto. Fue una de las antiguas capitales del imperio austrohúngaro y, entre otras cosas, es muy peculiar su desorden arquitectónico, donde se mezclan fachadas tipo clásicas o de art noveau, pegadas a mamotretos sin acabar o a edificios que parecen delirios retrofuturistas. La zona céntrica denota que siempre fue una gran capital y durante su larga historia fue atacada y destruida en incontables ocasiones. En la ciudad también mantienen sin restaurar varios edificios que fueron bombardeados durante la guerra de los años noventa, tal vez para recordar que ellos no fueron sólo "los malos de la película", sino que también la sufrieron en carne propia.
Caminamos por las calles peatonales y la zona del centro, almorzamos en la terraza de un restaurante y visitamos las murallas y el antiguo castillo, desde donde se tienen vistas muy buenas de la ciudad y de la unión de los ríos. También esperamos largamente en una parada de tranvía a que pase una de las líneas que circulan rodeando todo el centro, (una buena forma de pasear por todos lados y a la vez descansar un poco del calor y de la caminata del día), pero nos enteramos bastante tarde de que el tranvía ese día no circulaba...
Cambiamos de plan y nos fuimos para la parte antigua de la ciudad, con calles arboladas, terrazas y buen ambiente. Luego pasamos por un mercado que a esas horas estaba bastante decadente y nos volvimos en un taxi hasta donde teníamos aparcada a Furgo.
La siguiente noche decidimos pasarla en el mismo parque Ada, pero en la otra orilla del canal. Así que investigando un poco el mapa llegamos hasta la costa natural del Sava y fuimos recorriendo un camino bastante arruinado que discurre paralelo a la misma. Muy interesante nos resultó que en toda la orilla hay pequeñas casas flotantes de fin de semana amarradas a la costa.
Para entrar al parque, tuvimos que pasar un puesto de seguridad en el que no nos preguntaron nada y nos estacionamos esta vez con bastante más glamour, junto a un campo de golf, con mucha sombra, tranquilidad, y a la vez bastante cerca de la playa. Y por supuesto, terminamos la tarde en el agua.
Temprano nos dimos otro baño antes del desayuno y salimos del parque por la entrada principal, donde no nos salvamos de pagar por el estacionamiento. Enseguida cruzamos el Sava hacia el norte por el modernísimo puente hasta el barrio de Zemun, a orillas del Danubio. Zemun es uno de los municipios de Belgrado, pero parece un lugar completamente distinto, muy tranquilo, con ambiente de pueblo y sumamente auténtico. Nos costó un poco encontrar un sitio para aparcar a Furgo, pero luego la visita del pueblo la hicimos muy tranquilamente, visitando el mercado local, la orilla del Danubio, sus plazas y calles.
Desde Zemun cojimos la autopista hacia el norte, atravesando llanuras cultivadas de maíz hasta Novi Sad, una ciudad preciosa a orillas del Danubio. Aparcamos a Furgo cerca del centro de la ciudad en una zona de pago por SMS, pero como no teníamos datos ni telefonía de la empresa local, optamos por no pagar... (la multa nos llegó directamente a casa un par de meses después...).
Novi Sad se aleja del tipo de ciudad balcánica que veníamos viendo, y se nota muchísimo la influencia centroeuropea, quizás por la cercanía con Hungría, nosotros lo notamos mucho.
Encontramos, justo debajo de uno de los puentes que cruzan el Danubio, un parque y una playa fluvial donde nos quedamos a pasar la tarde. El parque municipal es de pago, pero tiene un precio muy asequible, y el lugar es realmente bonito y con todos los servicios. En esta playa, las ganas de un buen baño a Malén se le pasaron cuando vio que compartía espacio en el agua con una serpiente que venía nadando tan tranquilamente. A los otros bañistas no les parecía afectar la compañía del animalito.
Aparentemente ese parque siempre estuvo allí, y es desde siempre el lugar de encuentro y vacaciones de los lugareños. También hay placas conmemorativas de que allí se hicieron matanzas de locales por el ejército nazi durante la segunda guerra mundial. Definitivamente la gente de los Balcanes tiene una capacidad de regenerarse y volver a empezar después de las tragedias más que envidiable.
Aparentemente ese parque siempre estuvo allí, y es desde siempre el lugar de encuentro y vacaciones de los lugareños. También hay placas conmemorativas de que allí se hicieron matanzas de locales por el ejército nazi durante la segunda guerra mundial. Definitivamente la gente de los Balcanes tiene una capacidad de regenerarse y volver a empezar después de las tragedias más que envidiable.
El parking del parque también se paga con SMS, pero esta vez encontramos al guarda, al que cuando le comentamos que no podíamos pagar con el móvil, no tuvo problemas en hacer una excepción. Por la noche también nos quedamos a dormir allí, ya que a pesar de estar en un entorno urbano, el lugar era muy tranquilo.
La última ciudad en Serbia que visitamos fue Subotica, también fue la que más nos sorprendió. La llaman la Ciudad del Art Noveau, y está bien justificado el mote. Toda la ciudad está muy bien cuidada, es muy accesible y es realmente encantadora, sobre todo su arquitectura, la decoración de sus fachadas, parques y plazas están influidos por esta corriente arquitectónica de principios del siglo XX.
Llegamos justo al mediodía para la visita guiada al edificio del ayuntamiento, que es tal vez la joya del lugar. Construido a principios del siglo XX es la expresión máxima del Art Noveau, cada rincón está decorado profusamente, cada detalle cuidado, la combinación de colores y texturas es de muy buen gusto y realmente vale la pena la visita.
Luego de caminar un poco por todos lados, visitamos la sinagoga, otro de esos lugares mágicos de la ciudad. Restaurada y mantenida hasta la perfección. Una belleza.
Muertos de calor buscamos donde almorzar, pero nos costaba dar con un lugar que nos guste. Desde otro restaurante que aparentemente estaba cerrando nos recomendaron el Bates, un lugar de comida típica, que, si no se conoce, pasa un poco desapercibido. El restaurante tiene un patio interno muy bonito y sirve comida local, exquisita, a buen precio y con raciones gigantes.
Terminada nuestra visita a Subotica, nos alejamos sólo un par de kilómetros hasta Palic, un pueblo que está a orillas de un pequeño lago. Aquí también predomina el Art Noveau y aparentemente era el sitio de vacaciones de la élite local.
Nos quedamos en un parque cerca de la playa (que no se veía apta para el baño) y descansamos el resto de la tarde. Íbamos a pasar la noche allí, pero a última hora comenzó a haber mucho movimiento de jóvenes, música y ruido, así que nos movimos hasta otro lugar que habíamos visto previamente, también cerca del lago.
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