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domingo, 8 de diciembre de 2019

70 - Haciendo amigos en Serbia.

Desde el 2 al 4 de Agosto, 2019





Después de una noche fresca pero muy tranquila desayunamos en nuestro rincón del Parque Nacional Durmitor disfrutando de unas vistas privilegiadas.







Luego seguimos poco a poco recorriendo la parte que nos quedaba de la ruta escénica 2 hasta completar la vuelta al pueblo de Zabljak donde habíamos comenzado el día anterior, pero no nos detuvimos allí sino que seguimos camino por la P5 en dirección a la frontera con Serbia.

La carretera principal en esa zona sigue siendo de montaña, muy entretenida para conducir y con vistas realmente bonitas en algunos sectores, combinando sierras, valles y frondosos bosques.

El punto álgido de este tramo es el puente que cruza sobre el profundo cañón del río Tara. Una obra impresionante en un entorno precioso. Allí nos detuvimos para admirarlo y sacar fotos.







Desde el puente y después de hacer unos kilómetros subiendo, la carretera se vuelve más recta y monótona. justo allí otra vez nos volvió a aparecer la policía con su radar de velocidad en la mano y, como en la vez anterior en Niksic, al ver nuestra matrícula nos dejaron seguir camino con cara de decepcionados...

Ese día teníamos una pequeña misión. Se nos había terminado de forma muy precoz la botella de gas que usamos en la cocina de Furgo. No había pérdidas, simplemente, y como ya sospechábamos, la persona que nos la había vendido antes de salir de viaje, se había confundido y nos había entregado una que estaba vacía, (o casi). Así que fuimos parando en varias ferreterías y estaciones de servicio preguntando por un reemplazo o rellenado de la misma, pero por el momento no teníamos suerte. No tener gas era un incordio, pero como "plan B" siempre llevamos una pequeña cocina de gasolina justamente para ayudarnos en estos casos.

Llegamos a Pljevlja, la última localidad antes de entrar en Serbia y paramos en una estación de servicio para repostar combustible y de paso seguir averiguando sobre nuestra botella de gas. También nos quedamos un rato conectados al wifi de la estación para comunicarnos con nuestra familia.

En un momento dado, causándonos una gran sorpresa, un joven nos preguntó en un castellano perfecto con acento mexicano, si Malén, que estaba al teléfono con su madre, estaba hablando catalán. Así fue como entablamos una agradable conversación con Vladimir que es serbio, su mujer y su bebé, en la que aprovechamos para pedirles que nos recomienden sus puntos favoritos del país.

Vladimir nos dibujó un mapa y nos explicó con entusiasmo cuales eran sus lugares favoritos en Serbia y como llegar hasta ellos. También le comentamos lo de la botella de gas, y tomándoselo como una misión propia hizo llamadas y averiguaciones por todos lados, intercambiamos contactos y nos ofreció su ayuda ante cualquier problema.





Nos despedimos de él y de su familia con la promesa de volvernos a ver algún día y a los pocos kilómetros pasamos la frontera. También tuvimos que mostrar documentación y hacer colas, pero el trámite fue bastante sencillo.  Antes de dirigirnos a Sopotnica, el primer lugar que nos había recomendado Vladimir (y uno de sus favoritos), pasamos por la ciudad de Prijepolje, junto al río Lim porque necesitábamos cambiar algo de dinero en moneda local y, de paso, ver si podíamos conseguir nuestro gas. Lo primero lo pudimos hacer sin problemas en un banco local, pero lo del gas se nos puso complicado ya que la botella que llevamos no es común por allí. Al menos tener que ir de un lado al otro fue una buena forma de conocer un poco la ciudad.

Cuando agotamos las posibilidades, ya era pasado el mediodía y nos paramos a comer en un pequeño restaurante que habíamos visto en la carretera. Suponemos que ya era tarde a nivel local para el restaurante, y el dueño y su hija no hablaban más que su lengua. Así y todo, con buena voluntad por parte de todos y usando el traductor del móvil pudimos hacernos entender con el menú y nos sirvieron más o menos lo que queríamos.

Llegar a Sopotnica fue una tarea ardua, especialmente para Furgo que tuvo que subir en primera marcha los casi siete kilómetros de pendiente y zigzags que hay desde la carretera principal hacia el lugar.





Una vez allí arriba, estacionamos, justo al lado de un arroyo, en una explanada con buena sombra que está frente a una escuela de alpinismo que funciona en el pequeño pueblo (y que frecuenta el primo de Vladimir). Descansamos un rato y entramos a preguntar a la gente del lugar por donde ir para ver las cascadas, el principal atractivo del lugar.





Nos dieron las indicaciones y a pesar de que el tiempo amenazaba con lluvia, salimos a caminar. Pasamos una granja muy típica y bajamos por la ladera cruzando un bosque. Siguiendo el sonido de la caída del agua y descendiendo la pendiente llegamos al nivel inferior, donde había un pequeño parque con varias familias haciendo sobremesa y una gran superficie plana de hierba por donde cruzaba un pequeño río. Sólo al girarnos nos quedamos con la boca abierta. Justo a pocos metros del sendero por el que habíamos bajado, había un conjunto de cascadas preciosas, que junto a unas edificaciones muy peculiares (que luego nos enteramos que habían sido molinos que aprovechaban las caídas de agua), hacían del lugar un sitio único y hermoso. Algunos de los que que estaban por allí, viendo nuestro asombro, se acercaron a charlar con nosotros y nos ofrecieron de probar un pastel casero muy bueno.










Pero el encanto de Sopotnica no terminaba ahí. Siguiendo el camino que une a los molinos se puede subir hacia el inicio de las cascadas, incluso pasar un puente sobre ellas. Y luego desde allí seguimos caminando por el bosque río arriba encontrándonos una sucesión de muchas otras pequeñas cascadas, ocultas en el bosque que nos sorprendían gratamente en cada paso. Todo el lugar es como un gran jardín natural donde cada roca, cada tronco caído y cada árbol o arbusto parece haber sido puesto a propósito por la naturaleza para deleitarnos los sentidos.








Antes de que anocheciera movimos a Furgo desde el descampado superior hasta el pequeño parque donde estaban las cascadas y los molinos. Allí hay mesas y bancos de picnic y, aparte de las cascadas, hay unas vistas muy bonitas hacia el valle. 

Mientras estábamos acomodando nuestras cosas, ya sobre la puesta de sol, a unos pocos metros vimos que un grupo de personas intentaba sin éxito hacer arrancar un viejo cuatriciclo. Como defecto profesional me acerqué a ofrecer echar una mano con el asunto y, aunque todos se extrañaron un poco al principio, aceptaron,  especialmente el dueño del aparato, que hablaba inglés y me explicó un poco lo que pasaba. Después de varios intentos pudimos hacerlo funcionar por un rato pero tenía un problema en el carburador que necesitaba una intervención más específica. Asimismo les pude explicar como podrían reparar la avería y todos se quedaron muy contentos, tanto que nos ofrecieron todo tipo de ayuda, incluida la de encontrarnos una botella de gas, aunque otra vez sin éxito. 





El dueño del cuatriciclo es Bore, que casualmente es también dueño del lugar, y a pesar de que el parque está tutelado por el gobierno serbio, él lo cuida como suyo y recibe cordialmente a todo el mundo, aconseja y brinda toda su hospitalidad. Luego de la cena, Bore estuvo con nosotros charlando hasta casi a la hora de irse a dormir, cuando llegaron unos viajeros alemanes un un viejo vehículo militar reconstruido y también les fue a dar la bienvenida y a ayudarlos a ubicarse, ya que no hay iluminación pública en el lugar.





Bore nos presentó a su novia, Dragana y nos invitó a que desayunemos juntos en su casa que queda allí mismo (y con una cascada debajo de la ventana). Estuvimos casi toda la mañana con ellos y también con los alemanes que habían llegado a la noche. Bore nos contó sus proyectos y compartimos impresiones e información. También conocimos a una anciana pastora del lugar que mediante la traducción de Dragana le explicó a Malén sobre la vegetación y las propiedades de diversas hierbas curativas del lugar.  






Bore tiene el proyecto de desarrollar el lugar para que sea un sitio turístico conocido, nosotros le insistimos que ese lugar es tan genuino que sería una lástima que termine masificado y él nos prometió que lo iba a cuidar mucho ¡Esperamos que sea así! Nosotros de nuestra parte les agradecemos muchísimo a Dragana y a Bore  su amistad, y esperamos verlos otra vez.

Ellos mismos nos recomendaron también un restaurante para ir a comer truchas criadas en las aguas del río de las cascadas de Sopotnica. Saliendo del pueblo nos llegamos hasta allí y otra vez fuimos atendidos maravillosamente. Una chica que estaba en el restaurante se levantó de su mesa para ayudarnos a traducir el menú y para recomendarnos los mejores platos. Por supuesto que le hicimos caso y el resultado fue perfecto. Comimos un caldo de pescado y luego unas truchas exquisitas con multitud de acompañamientos a muy buen precio.

Seguimos después por la carretera bordeando el río y una sucesión de represas y embalses en dirección hasta nuestro siguiente destino, Mokra Gora. Un pequeño pueblo de diseño y arquitectura muy peculiar donde el reconocido director de cine Emir Kusturica ha construido un pequeño "pueblo escenario" de madera que atrae a  turistas de todo el mundo. El lugar también es famoso por su tren y su hermosa estación. Antes de llegar nos detuvimos en otro pueblo, el que supuestamente es el destino del tren que sale desde Mokra Gora. 












Lo más famoso de Mokra Gora, es su complejo ferroviario de finales del siglo XIX, que es de trocha estrecha, y su recorrido más famoso, el Šargan Eight que la une con otro pueblo vecino a través de una vía panorámica que incluye entre sus tantas curvas la figura del "8" en cuestión. Se supone que el tren es de vapor, y en este momento es un gran reclamo turístico. 


Apenas llegamos al pueblo nos fuimos hasta la estación que estaba desierta. Allí preguntamos por información y nos dijeron que teníamos que presentarnos en la taquilla a las 10hs. de la mañana para sacar los tickets. Así que seguimos caminando y recorrimos los alrededores, incluido un cementerio. 







Sí, la lápida es una colmena de abejas, aparentemente la persona enterrada allí era apicultor.



Más tarde fuimos en busca del famoso pueblo de Kusturica. Nos enteramos enseguida de donde era, ya que el pueblo estaba desierto, pero en el rincón donde estaba la atracción turística era un caos de buses con turistas orientales que no cabían en las estrechas calles, sumados a todos los coches y gente caminando. 





Aparcamos como buenamente pudimos y nos acercamos a la entrada del lugar. Vimos que estaba lleno de gente, había que pagar, y aunque no era mucho, viéndolo desde afuera tampoco parecía el tipo de atracción que nos interese. También buscábamos un lugar donde teóricamente había unas piscinas o balneario, pero no lo encontramos. 


Decidimos dirigirnos a otro sector del pueblo que se llama Belle Voda y que también se suponía que tenía lugares donde podíamos disfrutar del río. 


Llegamos a otra estación de trenes, pero ésta parecía en desuso. Más bien la habían transformado en un museo con bares, pero también estaba desierta. Estacionamos igualmente y como vimos que había un paseo bordeando el río, nos fuimos caminando por el mismo. 


Primero se pasa por una pequeña y muy bonita iglesia ortodoxa y luego se sigue durante unos buenos centenares de metros por el costado de las viejas vías de tren a la izquierda y un arroyo a la derecha. Todo es muy bonito, incluso hay o mejor dicho había, algunas pequeñas represas para embalsar el agua del arroyo y poder nadar, pero todo el lugar estaba siendo restaurado, así que tampoco funcionaban las represas.






Cuando volvimos al parking donde estaba furgo, nos movimos unos metros hacia una explanada donde sabíamos que podíamos quedarnos (ya la habíamos visto en una app de lugares de pernocta) y pasamos la noche en un lugar muy bonito e inusual, junto al río y a unos vagones de tren medio abandonados.






A la mañana siguiente fuimos con suficiente antelación a hacer la cola para hacer la excursión con el tren tradicional. Lo que no tuvimos en cuenta es que todos los turistas que habíamos visto amontonados en el "pueblo escenario", también habían tenido la misma idea y cuando nos tocó nuestro turno de comprar los tickets ya no había espacio.


Algo decepcionados y sin querer esperar hasta la tarde para subirnos en el siguiente, dimos media vuelta y pusimos rumbo a Belgrado, la cuarta capital balcánica que íbamos a recorrer en este viaje.