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martes, 19 de septiembre de 2017

63 - Grecia. Las Aldeas de Zagori y los Monasterios de Meteora.

Desde el 5 al 9 de Agosto, 2017

Las Aldeas de Zagoria es un grupo de pequeños pueblos, dicen que 46, ubicados en los montes Pindos, al norte de Ioannina y dentro de la región de Epiro. Esta zona destaca por lo escarpado de su paisaje, sus ríos y la belleza de sus pueblos y construcciones. Tan difícil era históricamente llegar hasta allí, que en los tiempos de dominio turco, Zagorohoria (como también se conoce a este conjunto de poblaciones)  gozaba de autogobierno. Habían llegado a un acuerdo con los turcos en el que los habitantes de la región se encargaban de recolectar y pagar las cuotas de impuestos correspondientes siempre y cuando ningún invasor osara pisar su tierra. A los turcos les convenía y a ellos también.




Nosotros elegimos Megalo Papigo como base para nuestras excursiones y nos alojamos en el hotel Lichovo (45€ por noche c/desayuno), un lugar tradicional, restaurado y bonito donde nos dieron una habitación que a la vez era un apartamento de dos cuartos, chimenea y dos baños. Un lujo.

La arquitectura de la zona es particular, se construye con piedra y los techos están cubiertos de lajas de pizarra oscura. Las calles en general son estrechas, empinadas y adoquinadas. Todo está muy cuidado y la mayoría de las construcciones restauradas y bien decoradas con flores y plantas. En puntos estratégicos del pueblo, las autoridades han tenido a bien adaptar terrenos para que los visitantes puedan aparcar y no se generen molestias y atascos con los viandantes y otros vehículos. En la zona hay cantidad de senderos por los valles y montañas, todos catalogados y marcados, eso es otro gran atractivo de la región.





A pesar de lo pequeño del pueblo nos costó un poco encontrar el hotel, sobre todo porque nuestro coche aunque pequeño, apenas pasaba por las calles y cuando venía alguien de frente era toda una aventura de maniobras. Nos instalamos, y para cenar encontramos un restaurante un poco alejado del centro y con las características habituales de calidad, atención y precio.

Por la mañana nos fuimos caminando en dirección a Mikro Papygo, un pueblo pequeño a unos 10km de distancia, pero antes de llegar nos desviamos hasta una zona donde el río ha formado un parque con hendiduras que se usan como piscinas naturales. Sólo han hecho un pequeño embalse en algún momento para que en épocas de poco caudal  aún haya agua suficiente para darse un baño.

El paisaje del lugar es precioso, había bastante gente, pero no era exagerado y todos encontraban su lugar para tirarse al sol o nadar un rato. Era divertido ver a la gente que se metía en el agua poner caras de sorpresa por la frescura de la misma, en contraste con el calor que hacía afuera.






Volvimos caminando al sol de mediodía hasta nuestro pueblo y nos quedamos a comer en el restaurante de la plaza de enfrente de nuestro hotel, la comida estuvo bien, pero los dueños no parecían tener un muy buen día. Cosa rara en Grecia.

Descansamos luego un rato en el hotel y después, con el coche, bajamos los impresionantes zigzags de la carretera (que quitan las ganas de moverse del pueblo) para llegar hasta el río principal que recorre la zona donde también la gente va a pasar el día, algunos a acampar y es una zona espectacular de bosques, agua de color turquesa y naturaleza.



Encontramos un puesto tranquilo y nos dimos un breve baño ¡El agua estaba helada! Parecía una paradoja que afuera hiciese tanto calor y que no se pudiera soportar de estar metido en el agua por más de unos minutos. Y eso que el lugar invitaba...







Volvimos a subir por la zigzageante carretera y esta vez no nos detuvimos en "nuestro pueblo", sino que seguimos hasta Mikro Papygo. Dejamos el vehículo en la entrada del pueblo y caminamos por todos lados bajo las parras que dan sombra a las calles (casi todas peatonales). Los paisajes desde allí son incluso más bonitos que desde Megalo Papygo, y el sol del atardecer teñía de color mostaza el macizo gigante que se halla al frente de los dos pueblos.





Elegimos un restaurante en una terraza con vistas a las montañas para la cena.  Era uno de los más concurridos por los turistas y estaba en un lugar privilegiado. La atención fue buena y la calidad  y precio acorde con lo que veníamos pagando. Nos gustó de Grecia que al menos en nuestro recorrido, los restaurantes  u hoteles no abusan de precio por estar en locaciones determinadas o aislados, o ser casi monopolio en un lugar como ese.






A la vuelta nos detuvimos a comer el postre en el bar de nuestro hotel, que tiene un patio tradicional encantador y luego nos fuimos a la cama después de otro largo día.

Tranquilamente, después del desayuno, nos subimos a la carretera y comenzamos a bajar de las montañas, pasando por pueblos que son básicamente muy similares. Ya casi en el valle, nos detuvimos en Ano Pedina para dar una vuelta y vimos que había un monasterio que parecía ser interesante de visitar.




A pesar que estaba en horario de visita no parecía estar ni abierto ni que hubiese nadie allí. Pero cuando estábamos en la puerta salió una monja vestida completamente de negro, salvo el círculo de la cara, que llevaba descubierto. Nos dijo que nos abriría la iglesia para nosotros, y que si queríamos nos podía explicar un poco sobre el templo y su historia, pero en francés. Como Malén habla francés nos vino muy bien y tuvimos una larga charla con esta agradable mujer. 

El templo está muy bien conservado y cubierto de frescos preciosos. Es una lástima que no hayamos podido hacer fotos. Allí se venera especialmente un icono muy antiguo de la Virgen y el Niño realizada  en parte en plata y oro. Decía esta monja que es milagrosa. Nos contó también algunas curiosidades, como el porqué de que las iglesias bizantinas tengan puertas tan pequeñas, y se debe principalmente a que durante el tiempo de dominio turco, estos tenían la costumbre de entrar con sus caballos a los templos como forma de desprecio. Haciendo las puertas muy pequeñas lo evitaban. La altura de las iglesias también debía ser menor que las de las mezquitas, y eso explica que normalmente desde afuera sean bajas, pero en realidad están semienterradas.




Muy contentos por la visita y por tener el privilegio de disfrutar de un lugar con tanta historia y belleza de una manera tan particular, seguimos hasta Monodendri, la población principal de la región. Allí no tuvimos manera de encontrar el camino fácil hasta un monasterio que parecía interesante. Hacía muchísimo calor y no nos apetecía caminar una hora o más bajo el sol.

Desde allí sale una carretera que sube hacia uno de los puntos más altos del Desfiladero del río Vikos, de 12km de longitud y casi 1000mts de profundidad. Hay un mirador y las vistas son de vértigo. Este desfiladero termina cerca de las aldeas de Papygo, desde donde veníamos. Antes el camino recorre un lugar al que le dicen Bosque de Piedra, con formaciones rocosas curiosas.






Seguimos luego por carreteras pequeñas y tranquilas, prácticamente sin cruzarnos ni ver otros vehículos hasta Metsovo, una ciudad con bastante turismo local y que en principio no creíamos que tuviera mucho para ofrecer (es un centro importante de ski). Nos alojamos en un hotelito familiar en el centro del pueblo que se llama Arka Metsovo (30€) donde nos dieron un pequeño apartamento con terraza grande y excelentes vistas a las montañas. Como teníamos cocina, fuimos a comprar algo y cocinamos nuestro tardío almuerzo allí mismo.






Salimos a caminar y decidimos alejarnos de la plaza central, donde se acumulaban los visitantes, para ir hacia la parte alta de la ciudad y nos encantó perdernos por sus callejuelas y encontrarnos con la gente que nos saludaba y trataba de charlar con nosotros. Quedamos gratamente sorprendidos porque Metsovo es un sitio singular y auténtico, de esos que quedan pocos. 







Luego de dejar atrás la maravillosa región de los Montes Pindos y el Parque Nacional Vikos Aoos, nos dirigimos a uno de los lugares más famosos de Grecia después de sus islas y de la Acrópolis de Atenas: los monasterios de Meteora, del que estábamos a poco más de una hora de camino.



Cuando ya parece que las montañas se acaban y regresa el paisaje de colinas secas del centro norte del país, el paisaje de repente se interrumpe con un grupo de puntas o pináculos de piedra que parece haber sido puesto allí como decorado de alguna película de ciencia ficción. Ya de por sí estas formaciones únicas podrían ser una atracción en sí mismas, pero lo espectacular del lugar es que encima de esas piedras han construido a lo largo del tiempo, y probablemente comenzando hacia el siglo XI, una serie de monasterios de una belleza que dejan a cualquiera con la boca abierta. Todo es vertical, y las paredes construidas siguen la línea del precipicio en la mayoría de las veces.







Dicen que los primeros monasterios sólo tenían acceso por escaleras desmontables, luego se las ingeniaron para agregar sistemas de montacargas accionados con poleas movidas por los mismos monjes (los monjes usaban unas redes para ser subidos o bajados). Ya en el siglo XX se construyeron rampas y escaleras talladas en la piedra. Cada monasterio contaba con su iglesia, patio, celdas para los monjes y todos los servicios que necesitaba para ser prácticamente autónomo, sobre todo en períodos de guerra, o asedio por parte de los invasores.

El nombre de Meteora significa "suspendido en el aire", y parece literal en este caso. Hoy en día hay una carretera circular que une puntos panorámicos y los monasterios. Casi todos abren al público para visitas, aunque en horarios y días diferentes.






Para visitar Meteora se ha de ir a Kalambaka o Kastraki, dos pueblos apenas separados uno de otro que quedan justo debajo del conjunto de rocas y pináculos.

Nosotros nos alojamos a un par de kilómetros del pueblo de Kalambaka, en dirección al camino de los monasterios. El hotel Arsenis (37€) está en el campo, en un sitio muy tranquilo, aún así cerca del pueblo y justo donde hay que empezar la excursión. La gente del hotel nos informó sobre los horarios y la mejor forma de hacer la visita. Así que como llegamos a media mañana dejamos nuestras cosas en la habitación y mapa en mano nos fuimos a hacer "nuestro circuito".

Nos dijeron que no hacía falta visitar todos los monasterios (unos 6 de ellos están abiertos al público y cobran 3€ de entrada), ya que por dentro son muy similares, así que elegimos para empezar el de Agia Triada (Santa Trinidad). Como el conjunto de monasterios es una gran atracción, también hay gran cantidad de gente, grupos guiados y turistas que vienen de todas partes del mundo. Así que la carretera y aparcamientos estaban bastante llenos de buses y vehículos particulares. No obstante encontramos un lugar bastante rápido y luego llegamos hasta el monasterio siguiendo las escaleras.







Desde allí hay vistas hacia casi todo el paisaje que rodea el lugar, la visita en sí a los recintos se desluce un poco por la cantidad de gente, pero aún así es interesante.

Luego nos detuvimos en un par de miradores y  entramos al monasterio de Varlaam, uno de los más grandes y bonitos, aunque a duras penas se podía caminar en su interior debido a la multitud, visitar la iglesia del monasterio que parecía realmente interesante era prácticamente misión imposible, no cabía ni un alfiler.




Luego de la vuelta de rigor por el circuito, regresamos al hotel a comer unos pasteles salados de verdura y queso que habíamos comprado en una panadería tradicional de Metsovo (que estaban buenísimos) y nos tiramos a hacer una siesta.

Al atardecer, volvimos a hacer el recorrido de los monasterios, con diferente luz y notablemente con mucha menos gente, ya que habían terminado los horarios de visita. Luego nos detuvimos en la calle comercial de Kalambaka, caminamos, miramos escaparates y cenamos en un restaurante de la plaza central.

Por la mañana dejamos Meteora y partimos de nuevo hacia el mar Egeo, esta vez en dirección a la península de Pelion.





















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