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martes, 19 de septiembre de 2017

63 - Grecia. Las Aldeas de Zagori y los Monasterios de Meteora.

Desde el 5 al 9 de Agosto, 2017

Las Aldeas de Zagoria es un grupo de pequeños pueblos, dicen que 46, ubicados en los montes Pindos, al norte de Ioannina y dentro de la región de Epiro. Esta zona destaca por lo escarpado de su paisaje, sus ríos y la belleza de sus pueblos y construcciones. Tan difícil era históricamente llegar hasta allí, que en los tiempos de dominio turco, Zagorohoria (como también se conoce a este conjunto de poblaciones)  gozaba de autogobierno. Habían llegado a un acuerdo con los turcos en el que los habitantes de la región se encargaban de recolectar y pagar las cuotas de impuestos correspondientes siempre y cuando ningún invasor osara pisar su tierra. A los turcos les convenía y a ellos también.




Nosotros elegimos Megalo Papigo como base para nuestras excursiones y nos alojamos en el hotel Lichovo (45€ por noche c/desayuno), un lugar tradicional, restaurado y bonito donde nos dieron una habitación que a la vez era un apartamento de dos cuartos, chimenea y dos baños. Un lujo.

La arquitectura de la zona es particular, se construye con piedra y los techos están cubiertos de lajas de pizarra oscura. Las calles en general son estrechas, empinadas y adoquinadas. Todo está muy cuidado y la mayoría de las construcciones restauradas y bien decoradas con flores y plantas. En puntos estratégicos del pueblo, las autoridades han tenido a bien adaptar terrenos para que los visitantes puedan aparcar y no se generen molestias y atascos con los viandantes y otros vehículos. En la zona hay cantidad de senderos por los valles y montañas, todos catalogados y marcados, eso es otro gran atractivo de la región.





A pesar de lo pequeño del pueblo nos costó un poco encontrar el hotel, sobre todo porque nuestro coche aunque pequeño, apenas pasaba por las calles y cuando venía alguien de frente era toda una aventura de maniobras. Nos instalamos, y para cenar encontramos un restaurante un poco alejado del centro y con las características habituales de calidad, atención y precio.

Por la mañana nos fuimos caminando en dirección a Mikro Papygo, un pueblo pequeño a unos 10km de distancia, pero antes de llegar nos desviamos hasta una zona donde el río ha formado un parque con hendiduras que se usan como piscinas naturales. Sólo han hecho un pequeño embalse en algún momento para que en épocas de poco caudal  aún haya agua suficiente para darse un baño.

El paisaje del lugar es precioso, había bastante gente, pero no era exagerado y todos encontraban su lugar para tirarse al sol o nadar un rato. Era divertido ver a la gente que se metía en el agua poner caras de sorpresa por la frescura de la misma, en contraste con el calor que hacía afuera.






Volvimos caminando al sol de mediodía hasta nuestro pueblo y nos quedamos a comer en el restaurante de la plaza de enfrente de nuestro hotel, la comida estuvo bien, pero los dueños no parecían tener un muy buen día. Cosa rara en Grecia.

Descansamos luego un rato en el hotel y después, con el coche, bajamos los impresionantes zigzags de la carretera (que quitan las ganas de moverse del pueblo) para llegar hasta el río principal que recorre la zona donde también la gente va a pasar el día, algunos a acampar y es una zona espectacular de bosques, agua de color turquesa y naturaleza.



Encontramos un puesto tranquilo y nos dimos un breve baño ¡El agua estaba helada! Parecía una paradoja que afuera hiciese tanto calor y que no se pudiera soportar de estar metido en el agua por más de unos minutos. Y eso que el lugar invitaba...







Volvimos a subir por la zigzageante carretera y esta vez no nos detuvimos en "nuestro pueblo", sino que seguimos hasta Mikro Papygo. Dejamos el vehículo en la entrada del pueblo y caminamos por todos lados bajo las parras que dan sombra a las calles (casi todas peatonales). Los paisajes desde allí son incluso más bonitos que desde Megalo Papygo, y el sol del atardecer teñía de color mostaza el macizo gigante que se halla al frente de los dos pueblos.





Elegimos un restaurante en una terraza con vistas a las montañas para la cena.  Era uno de los más concurridos por los turistas y estaba en un lugar privilegiado. La atención fue buena y la calidad  y precio acorde con lo que veníamos pagando. Nos gustó de Grecia que al menos en nuestro recorrido, los restaurantes  u hoteles no abusan de precio por estar en locaciones determinadas o aislados, o ser casi monopolio en un lugar como ese.






A la vuelta nos detuvimos a comer el postre en el bar de nuestro hotel, que tiene un patio tradicional encantador y luego nos fuimos a la cama después de otro largo día.

Tranquilamente, después del desayuno, nos subimos a la carretera y comenzamos a bajar de las montañas, pasando por pueblos que son básicamente muy similares. Ya casi en el valle, nos detuvimos en Ano Pedina para dar una vuelta y vimos que había un monasterio que parecía ser interesante de visitar.




A pesar que estaba en horario de visita no parecía estar ni abierto ni que hubiese nadie allí. Pero cuando estábamos en la puerta salió una monja vestida completamente de negro, salvo el círculo de la cara, que llevaba descubierto. Nos dijo que nos abriría la iglesia para nosotros, y que si queríamos nos podía explicar un poco sobre el templo y su historia, pero en francés. Como Malén habla francés nos vino muy bien y tuvimos una larga charla con esta agradable mujer. 

El templo está muy bien conservado y cubierto de frescos preciosos. Es una lástima que no hayamos podido hacer fotos. Allí se venera especialmente un icono muy antiguo de la Virgen y el Niño realizada  en parte en plata y oro. Decía esta monja que es milagrosa. Nos contó también algunas curiosidades, como el porqué de que las iglesias bizantinas tengan puertas tan pequeñas, y se debe principalmente a que durante el tiempo de dominio turco, estos tenían la costumbre de entrar con sus caballos a los templos como forma de desprecio. Haciendo las puertas muy pequeñas lo evitaban. La altura de las iglesias también debía ser menor que las de las mezquitas, y eso explica que normalmente desde afuera sean bajas, pero en realidad están semienterradas.




Muy contentos por la visita y por tener el privilegio de disfrutar de un lugar con tanta historia y belleza de una manera tan particular, seguimos hasta Monodendri, la población principal de la región. Allí no tuvimos manera de encontrar el camino fácil hasta un monasterio que parecía interesante. Hacía muchísimo calor y no nos apetecía caminar una hora o más bajo el sol.

Desde allí sale una carretera que sube hacia uno de los puntos más altos del Desfiladero del río Vikos, de 12km de longitud y casi 1000mts de profundidad. Hay un mirador y las vistas son de vértigo. Este desfiladero termina cerca de las aldeas de Papygo, desde donde veníamos. Antes el camino recorre un lugar al que le dicen Bosque de Piedra, con formaciones rocosas curiosas.






Seguimos luego por carreteras pequeñas y tranquilas, prácticamente sin cruzarnos ni ver otros vehículos hasta Metsovo, una ciudad con bastante turismo local y que en principio no creíamos que tuviera mucho para ofrecer (es un centro importante de ski). Nos alojamos en un hotelito familiar en el centro del pueblo que se llama Arka Metsovo (30€) donde nos dieron un pequeño apartamento con terraza grande y excelentes vistas a las montañas. Como teníamos cocina, fuimos a comprar algo y cocinamos nuestro tardío almuerzo allí mismo.






Salimos a caminar y decidimos alejarnos de la plaza central, donde se acumulaban los visitantes, para ir hacia la parte alta de la ciudad y nos encantó perdernos por sus callejuelas y encontrarnos con la gente que nos saludaba y trataba de charlar con nosotros. Quedamos gratamente sorprendidos porque Metsovo es un sitio singular y auténtico, de esos que quedan pocos. 







Luego de dejar atrás la maravillosa región de los Montes Pindos y el Parque Nacional Vikos Aoos, nos dirigimos a uno de los lugares más famosos de Grecia después de sus islas y de la Acrópolis de Atenas: los monasterios de Meteora, del que estábamos a poco más de una hora de camino.



Cuando ya parece que las montañas se acaban y regresa el paisaje de colinas secas del centro norte del país, el paisaje de repente se interrumpe con un grupo de puntas o pináculos de piedra que parece haber sido puesto allí como decorado de alguna película de ciencia ficción. Ya de por sí estas formaciones únicas podrían ser una atracción en sí mismas, pero lo espectacular del lugar es que encima de esas piedras han construido a lo largo del tiempo, y probablemente comenzando hacia el siglo XI, una serie de monasterios de una belleza que dejan a cualquiera con la boca abierta. Todo es vertical, y las paredes construidas siguen la línea del precipicio en la mayoría de las veces.







Dicen que los primeros monasterios sólo tenían acceso por escaleras desmontables, luego se las ingeniaron para agregar sistemas de montacargas accionados con poleas movidas por los mismos monjes (los monjes usaban unas redes para ser subidos o bajados). Ya en el siglo XX se construyeron rampas y escaleras talladas en la piedra. Cada monasterio contaba con su iglesia, patio, celdas para los monjes y todos los servicios que necesitaba para ser prácticamente autónomo, sobre todo en períodos de guerra, o asedio por parte de los invasores.

El nombre de Meteora significa "suspendido en el aire", y parece literal en este caso. Hoy en día hay una carretera circular que une puntos panorámicos y los monasterios. Casi todos abren al público para visitas, aunque en horarios y días diferentes.






Para visitar Meteora se ha de ir a Kalambaka o Kastraki, dos pueblos apenas separados uno de otro que quedan justo debajo del conjunto de rocas y pináculos.

Nosotros nos alojamos a un par de kilómetros del pueblo de Kalambaka, en dirección al camino de los monasterios. El hotel Arsenis (37€) está en el campo, en un sitio muy tranquilo, aún así cerca del pueblo y justo donde hay que empezar la excursión. La gente del hotel nos informó sobre los horarios y la mejor forma de hacer la visita. Así que como llegamos a media mañana dejamos nuestras cosas en la habitación y mapa en mano nos fuimos a hacer "nuestro circuito".

Nos dijeron que no hacía falta visitar todos los monasterios (unos 6 de ellos están abiertos al público y cobran 3€ de entrada), ya que por dentro son muy similares, así que elegimos para empezar el de Agia Triada (Santa Trinidad). Como el conjunto de monasterios es una gran atracción, también hay gran cantidad de gente, grupos guiados y turistas que vienen de todas partes del mundo. Así que la carretera y aparcamientos estaban bastante llenos de buses y vehículos particulares. No obstante encontramos un lugar bastante rápido y luego llegamos hasta el monasterio siguiendo las escaleras.







Desde allí hay vistas hacia casi todo el paisaje que rodea el lugar, la visita en sí a los recintos se desluce un poco por la cantidad de gente, pero aún así es interesante.

Luego nos detuvimos en un par de miradores y  entramos al monasterio de Varlaam, uno de los más grandes y bonitos, aunque a duras penas se podía caminar en su interior debido a la multitud, visitar la iglesia del monasterio que parecía realmente interesante era prácticamente misión imposible, no cabía ni un alfiler.




Luego de la vuelta de rigor por el circuito, regresamos al hotel a comer unos pasteles salados de verdura y queso que habíamos comprado en una panadería tradicional de Metsovo (que estaban buenísimos) y nos tiramos a hacer una siesta.

Al atardecer, volvimos a hacer el recorrido de los monasterios, con diferente luz y notablemente con mucha menos gente, ya que habían terminado los horarios de visita. Luego nos detuvimos en la calle comercial de Kalambaka, caminamos, miramos escaparates y cenamos en un restaurante de la plaza central.

Por la mañana dejamos Meteora y partimos de nuevo hacia el mar Egeo, esta vez en dirección a la península de Pelion.





















domingo, 10 de septiembre de 2017

62 - Grecia. Montañas, ríos y lagos.

Del 02 al 05 de Agosto, 2017.

Contentos por nuestra corta pero productiva visita a Pella, seguimos  hacia el norte hasta la ciudad de Edessa, que venía recomendada en una guía de viajes que nos habían prestado y que, aunque nosotros no somos de usarlas mucho, reconocemos que esta nos fue de mucha utilidad durante todo nuestro recorrido.


 


Teníamos reservada una habitación en el Hotel Varosi (55€), en uno de los barrios antiguos de la ciudad. Luego de dar un par de vueltas de más debido a que nuestro navegador se empeñaba en que crucemos un canal sin puente, entrando por unas callejuelas pequeñas lo encontramos.

Nos estaban esperando para decirnos que lamentaban que nuestra habitación había sido ocupada justo en el momento de nosotros hacer la reserva por internet y que nos habían preparado otra habitación en el Varosi Four Seasons, un hotel de la misma familia, a pasos de distancia y de nivel superior.

En verdad nuestro alojamiento era mucho más de lo que esperábamos, altísimo nivel de comodidad en la habitación, un balcón con vistas al valle y todo lo que necesitábamos para estar perfectamente.

Luego de instalarnos salimos a pasear por la ciudad. Eleni, la dueña del hotel nos dio un mapa y nos marcó en él el mejor recorrido y los puntos de interés que no nos podíamos perder.






Edessa es una ciudad peculiar, si bien ronda los 20.000 habitantes, parece más grande, y se extiende al margen de un acantilado que da a un gran valle. El centro de la ciudad está surcado por tres ríos que han sido en su momento canalizados y que caen en unas impresionantes cascadas una vez llegan hasta el borde de la ciudad y son el principal atractivo del lugar.  Desde muchísimos años estos canales y cascadas han sido aprovechados de diferentes formas para mover molinos, generar energía, riego y otras actividades. Hay un museo de maquinaria al aire libre, rutas bien señaladas y un museo del agua que se encuentra dentro de una cueva en los acantilados.




También la ciudad cuenta con varios parques muy verdes que contrastan con el paisaje, en general árido de la zona, un gran puente de la época bizantina y una zona comercial muy activa y perfecta para pasear en verano por sus calles peatonales. El barrio antiguo donde están los hoteles Varosi, ya de por sí es una atracción. Realmente estamos contentos de haber visitado la ciudad.

Luego de cenar en uno de los tantos pequeños restaurantes del centro que se especializan en carne asada (casi todos tienen un menú parecido), volvimos al hotel y nos quedamos charlando con Eleni en el bar del patio del hotel durante mucho tiempo. Nos puso al día de la realidad social y económica del país y nos dio muchísima información útil sobre los destinos a los que nos dirigíamos.

Por la mañana y luego del desayuno, volvimos a quedarnos con Eleni a charlar un rato más y a media mañana partimos hacia el noroeste.




Elegimos en el mapa una carretera secundaria, son las que más nos gustan, y aunque suelen ser más lentas, también son las que nos hacen descubrir y apreciar mejor el paisaje que nos rodea.




En este caso los primeros kilómetros después de dejar Edessa estuvimos todo el tiempo rodeados de melocotoneros con la fruta prácticamente a punto para ser recogida. Íbamos prácticamente solos en la carretera. Algo más adelante, y ya en un área mucho más seca y subiendo a las montañas, nos encontramos que en el arcén estaba comenzando un incendio, probablemente iniciado por una colilla de cigarrillo. Ya había unos cuantos cientos de metros cuadrados quemados y parecía que se estaba expandiendo. Llamamos a emergencias y nos pidieron que les demos la localización del lugar. Cuando estábamos tratando de averiguarla en nuestros móviles apareció otro coche, lo detuvimos y le preguntamos. Por suerte este lugareño hablaba inglés, pero no le dio nada de importancia al fuego, es más hasta se lo tomaba en broma. De todas maneras, para dejarnos tranquilos, sonriendo le comunicó a la operadora la posición exacta donde estábamos. Unos 10 kilómetros más adelante en un pequeño caserío vimos un patrullero que estaba haciendo no sabemos qué con un rebaño. Los esperamos unos minutos y apenas se acercaron les informamos del fuego. Los policías sí que se lo tomaron en serio y partieron enseguida hacia el lugar.




Por un paisaje cada vez más montañoso  pasamos por Florina cerca del mediodía y luego de una buena dosis de camino de montaña llegamos al mirador que da la bienvenida al Parque Nacional Prespa, que comprende la zona con los lagos del mismo nombre. Estos lagos son el Mikri Prespa, el más pequeño que está casi todo en territorio griego salvo por una ínfima parte que pertenece a Albania y el Megali Prespa, mucho más grande y del que a Grecia sólo le corresponde una pequeña porción al sur, todo lo demás lo comparten Albania y Macedonia. Estos lagos están unidos entre sí por una estrecha franja de tierra y son un paraíso de aves migratorias y de fauna acuática. Los dos lagos de hallan bordeados de cordones montañosos que a su vez están salpicados por numerosos monasterios bizantinos y algunos pueblos muy pintorescos.





Nosotros nos alojamos en Agios Germanos, un pequeño pueblo con mucho encanto. La mayoría de sus construcciones son de piedra. Tiene una iglesia muy bonita, algunos restaurantes y un par de opciones para alojarse.





Nosotros elegimos el hotel Agios Germanos (50€ c/desayuno), que nos lo habían recomendado desde Edessa. El hotel estaba en consonancia con el pueblo, era una vieja construcción restaurada siguiendo la estética tradicional, y era muy tranquilo. Como llegamos cerca de las 15hs, almorzamos en el pequeño restaurante del hotel y luego salimos a dar una vuelta cruzando la angosta franja que separa los dos lagos para llegar a una pasarela peatonal de casi un kilómetro que cruza hasta una pequeña isla llamada Agios Achillios, en el lago Mikri Prespa.




A estas alturas no dejábamos de sorprendernos de lo poco que están visitados estos lugares por el turismo internacional. Nos encontrábamos sólo con algunos veraneantes griegos y contados extranjeros. Y estábamos en Agosto.

La extensa pasarela es una buena forma de ver de cerca a muchas aves acuáticas y una gran cantidad de peces, ranas, insectos y reptiles que viven en los bañados y extensos cañaverales que rodean parte del lago.

La pequeña isla está ocupada por restos de iglesias, monasterios y un pequeño caserío, que se visita en poco más de una hora siguiendo un camino que rodea toda la isla. Hacía bastante calor, pero las vistas y el lugar eran muy bonitos.








La costa sur del lago Megali Prespa se veía apetecible para nadar un rato, pero no encontramos ningún acceso hasta la playa sin riesgo de quedarnos atascados en medio de la nada con nuestro coche. Luego de buscar opciones por una cantidad de caminos de huella y arena que se asemejaban a un laberinto, desistimos y volvimos al hotel. Cenamos en uno de los restaurantes del pueblo, disfrutando la excelente calidad de la comida casera y la muy buena atención y precio.




Nos asesoramos con los lugareños sobre cómo acceder a las playas y después del desayuno seguimos las indicaciones cruzando extensos campos sembrados de alubias logrando al fin llegar hasta una playa completamente desierta de arena fina. El agua no estaba del todo cristalina, pero no impidió que nos dieramos un baño para refrescarnos un poco.




Seguimos luego hasta Psarades, un pequeño pueblo a orillas del Megali Prespa. Desde aquí se pueden hacer una excursiones en lancha para ver las aves acuáticas y desde el agua se pueden ver algunas imágenes religiosas bizantinas y algunos monasterios prácticamente esculpidos en la montaña.






Esperamos en uno de los restaurantes para unirnos a un grupo que haga la excursión. De paso almorzamos muy bien allí mismo. Cuando encontramos un par de personas más para compartir la lancha, nos subimos y nos dejamos guiar en un inglés demasiado básico que impidió que nos entendamos ni con el barquero ni con los otros viajeros. Desde la barca se ven multitud de pelícanos, cormoranes y otras aves, así como grandes carpas reposando cerca de la orilla a muy poca profundidad.









La excursión estuvo bien, pero hay dos opciones para realizarla, una de recorrido corto y otra bastante más extensa, que llega hasta la frontera con Albania. Aparentemente habíamos elegido la corta, y cuando a la vuelta le dimos el dinero que creíamos que costaba nuestra parte al barquero éste reaccionó como si ya la otra gente hubiese pagado el total de la excursión (incluida nuestra parte), pero por supuesto lo aceptó. Así que el barquero quedó contento por su paga doble,  no tuvimos oportunidad de agradecer a los otros por pagar nuestra parte y nosotros nos quedamos con las ganas de ver un poco más del lago y sus paisajes. A veces el idioma puede generar confusiones, cosas que pasan viajando.




Por la tarde nos desviamos de los caminos principales y visitamos una iglesia que estaba sobre una loma, recorrimos un pueblo abandonado y una vez de vuelta en Agios Germanos, caminamos por uno de los caminos rurales en busca de un antiguo molino de agua. Ya estaba atardeciendo, y siguiendo el río lo único que logramos fue que nos picaran mil mosquitos, nos embarramos los pies y nos enredamos en las zarzas. No logramos encontrar el molino, pero a pesar de todo la caminata estuvo muy bien.








Nos tentaba repetir en el restaurante de la noche anterior, del cual habíamos quedado tan contentos pero preferimos ir a otro para repartir mejor nuestro gasto en el pueblo y de paso probar otras opciones. El resultado volvió a ser magnífico tanto por calidad, atención y precio.

Contentos por haber visitado esta zona de Grecia, luego del desayuno pusimos rumbo sur hacia la ciudad de Kastoria. El camino es muy entretenido con paisajes de montaña y muchísimas curvas.

Kastoria es una ciudad no muy visitada, pero siguiendo los consejos de la guía que decía que valía la pena detenerse a verla, no nos decepcionó en absoluto. Aparcamos en el centro de la ciudad y caminamos muchísimo recorriendo todos sus atractivos.




Esta ciudad se halla a orillas del lago Orestiada y está rodeada de paisaje de sierras. Seguimos el paseo que bordea el lago. Vimos las mansiones que construyeron en los siglos XVII y XVIII, en tiempos mejores las familias poderosas de la ciudad y nos metimos ciudad adentro por empinadas calles para ir descubriendo que en cada rincón y en medio de las construcciones modernas y desordenadas hay pequeñas iglesias bizantinas y capillas que en su momento fueron privadas. Aún se pueden observar en muchas de ellas restos de los frescos que la decoraban.






Como ya veíamos viendo en nuestro paso por el norte de Grecia, prácticamente no nos encontrábamos con otros turistas o viajeros y la gente de la ciudad a nuestro paso nos sonreía y saludaba diciendo ¡Kalimera! (buenos días en griego). Muchas veces intentaban charlar con nosotros, pero nuestro griego no pasaba del buenos días, buenas tardes, gracias y por favor y de decir que veníamos de España. Eso llevaba a más sonrisas, gestos y efusivos saludos.








Una vez completada la visita de la ciudad, recién pasado el mediodía seguimos hacia el sur por caminos secundarios de montaña. Habíamos decidido pararnos en cualquier pueblo para comer algo, pero por esa zona nos costó bastante encontrar siquiera gente viajando o viviendo. Así que apenas vimos un pequeño cartel de Taberna, entramos a un pequeño pueblo desierto y allí almorzamos. Como no había carta, y nadie hablaba más que griego, Malén tuvo que ir hasta la cocina a ver el menú. No nos defraudó para nada. La comida estaba deliciosa, era muy abundante y otra vez a precios bajísimos (13€ los dos). Además, como de costumbre nos trajeron el postre gratis, en este caso sandía.




Siguiendo luego por las montañas y deseosos de encontrar un río en el que poder refrescarnos y parar a descansar un poco, cosa que no logramos, al cabo de un buen rato llegamos a Konitsa. Este sí es un pueblo con más movimiento turístico, mayoritariamente local y es un lugar importante porque es una de las puertas al Parque Nacional Vikos-Aoos, lugar de maravillosos paisajes, cañones y cultura.




Bajando la cuesta del pueblo se llega hasta el rio Aoos y hasta un impresionante puente, que aunque parezca bizantino o romano, es relativamente reciente (siglo XIX). Desde allí se puede ver parte del cañón que forma el río en una postal espectacular que es completada por una cascada que cae desde la ladera cerca del puente.







No desaprovechamos nuestra oportunidad de descansar y mojarnos en las aguas limpias (y muy frescas) del río.

Ya en territorio del parque y encantados del paisaje, paramos a ver un monasterio antiquísimo de gran importancia en su época llamado de la "Dormición de la Virgen" del siglo X. El interior, aunque ha sido parcialmente destruido por un incendio, conserva mucho de su belleza, sus frescos y sus ornamentos. 





El pueblo donde se halla el monasterio se llama Molyvdoskepasti, que a pesar de las recomendaciones no nos resultó tan atractivo, pero a pocos kilómetros de allí hay un singular molino de agua. No sabemos si originariamente tenía esa forma y qué uso se le daba, pero actualmente consta de dos caídas de agua entubadas que llegan hasta unos "embudos" muy grandes. El agua gira dentro de ellos con cierta violencia y sale por un canal lateral. El uso que se le da a estos molinos es de lavar las alfombras, edredones, cortinas y demás ropa de gran tamaño que usualmente no caben en una lavadora convencional. Al lado del molino hay un terreno bastante grande con cuerdas a disposición de los usuarios para colgar las alfombras a secar una vez limpias. 









Nuestro destino para esa noche era Papigo, en la zona del parque nacional que se llama "Las aldeas de Zagoria". Luego de un último tramo bastante lento por la cantidad de curvas, precipicios y tráfico (que hasta ahora no habíamos encontrado), a eso de las 20:00hs, aún con la última claridad del día y bastante cansados, llegamos al pueblo.