Nos despertamos temprano en nuestro camping particular, el mar seguía absolutamente calmo y pensábamos que otra vez habíamos sido afortunados de encontrar un lugar así.
El lugar era perfecto para intentar mejorar la suerte con la pesca, y antes de salir Pablo, esta vez con resultados positivos pescó 7 caballas y un bacalao, que limpiamos y guardamos para cocinar luego para el almuerzo.
El tiempo estaba totalmente nuboso. Dejamos nuestro rincón y subimos nuevamente la Atlanterhavsveien o Carretera del Atlántico, que tantas expectativas nos había creado.
Ésta es una carretera escénica que serpentea el litoral saltando de isla en isla entre Kristiansund y Averoy. Es famosa por sus puentes retorcidos, por las fuertes corrientes del océano en ese sector del Atlántico y porque en días de tormenta puede llegar a ser peligroso transitarla, especialmente cuando las grandes olas pasan por encima de la calzada.
Nosotros nos esperábamos un paisaje mucho más impresionante. Después de haber recorrido de norte a sur casi todo Noruega la verdad es que no nos sorprendió demasiado el lugar, aunque no por eso restemos mérito de la belleza del entorno.
Cerca de Bud paramos en un área de descanso con baño y cocinamos nuestra pesca, que disfrutamos doblemente por el mérito de haberla conseguido por nuestros medios y por el sabor del pescado fresco, aunque en la furgo no teníamos los mejores elementos para cocinar pescado, el resultado fue muy bueno.
Más adelante, llegando a Molde, nos detuvimos en una tienda de saldos de ropa deportiva donde compramos ropa de abrigo de buena calidad con precios muy accesibles. Desde Molde, que recorrimos rápidamente sin bajarnos de nuestra furgo porque lloviznaba, cruzamos en ferry hasta Vestnes (182Kr, 20,20€) ahorrando una buena distancia por carretera.
Con el mal tiempo dándonos una tregua llegamos a Alesund, encontramos un lugar donde estacionar y nos dispusimos a recorrer la ciudad.
No nos habíamos tomado el trabajo de averiguar los principales atractivos de Alesund, muchas veces preferimos la sorpresa y en este caso de nuevo nos sorprendió para bien. Es una ciudad surcada por canales, llena de edificios de colores siempre muy bien cuidados. En sus muelles barcos antiguos restaurados y en perfecto estado, flores por todos lados y buena armonía entre arquitectura y entorno.
Luego de caminar por el centro de la ciudad subimos por un parque y nos animamos a los 418 escalones que llevan hasta un mirador desde el que se tiene una magnífica panorámica de los alrededores de la ciudad.
Desde esa ciudad sale un túnel de 27 kilómetros de largo que cruza el fiordo, pero como realmente no nos apetecía la experiencia monótona y aburrida de los túneles, continuamos por la carretera y paramos a dormir antes de llegar a Andalsnes. El sábado a eso de las 10hs salimos cruzando más túneles, los más largos de más de 6 kilómetros de longitud, en dirección a Geirander. En un momento la carretera entra a un estrecho valle que de repente se acaba y comienza la Trollstigen, o La Escalera del Troll, una preciosa subida en zigzag por la ladera de la montaña, con vistas maravillosas, cascadas, mucho verde, cimas nevadas y, en nuestro caso también la persistente lluvia que nos acompañaba y de la que se pronosticaba que seguiría en los próximos días.
En la parte superior de la cuesta hay un centro de interpretación, restaurante y un mirador que es parada obligada de todos los turistas.
Luego durante un buen trecho el camino discurre por las cumbres, entre restos de nieve y pequeños glaciares. A pesar de la limitada visibilidad el paisaje es muy bonito y lo disfrutamos mucho. Constantemente estábamos rodeados de cascadas y ríos de aguas turbulentas, no nos extrañábamos de la abundancia de agua, con el clima reinante por esos parajes sería normal, aunque no dejábamos de reflexionar sobre el hecho de que en nuestro Mediterráneo en ese mismo momento estábamos en crisis por falta de lluvia. Luego el camino desciende hasta el nivel del mar para encontrarnos con un fiordo al que cruzamos en ferry, desde Linge a Eidsdal (103Kr, 11,45€).
Apenas nos bajamos del ferry nos paramos en un área de descanso a preparar nuestro almuerzo y descansar un rato. Luego el camino sigue subiendo para encontrarnos de repente con uno de los fiordos más impresionantes y famosos de Noruega: Storfjorden, donde al final del mismo se encuentra Geirander, pequeña ciudad a la que descendimos haciendo un camino en zigzags muy pronunciados. El pueblo en sí es muy bonito, tal vez para nosotros con demasiado turismo de masas, buses, cruceros, caravanas, y otros tantos vehículos de todo tipo llegan hasta allí. Después de parar un rato para disfrutar del paisaje del pueblo, unos cuantos kilómetros más adelante, nos detuvimos para cenar a orillas del fiordo en un rincón bastante escondido, pero con baño público, seguimos un poco más, lluvia mediante, rodeando una zona de glaciares.
En la parte más alta y con clima invernal, aunque con poca nieve, pasado el pueblo de Utvik paramos para pasar la noche en un parking muy grande con baños absolutamente impecables que pertenecía a un puerto de montaña que en invierno sirve de punto de partida a diversas pistas de ski. Compartimos el espacio con unas cuantas autocaravanas y muchas vacas sueltas que para nada se sorprendían de la presencia de extraños.
Aprovechamos las instalaciones para poner orden y lavar un poco de ropa. Nos tomamos la mañana en calma para planificar los siguientes puntos que íbamos a visitar en el viaje. A esas alturas la lluvia y el frío nos estaban cansando y sobre todo nos impedían disfrutar de los paisajes debido a la baja visibilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario