Del 16 al 18 de Enero, 2016.
Cuando elegimos el aeropuerto de Laoag como punto de aterrizaje para luego visitar la zona de las famosas terrazas de cultivo de arroz y pequeños pueblos de las montañas del norte de la isla de Luzón lo hicimos mirando un pequeño mapa turístico e imaginando que desde allí sería más fácil que volar al caos de Manila y soportar un interminable viaje en bus hasta la zona. Lo que no sabíamos es que las conexiones en esa zona montañosa no son precisamente buenas, pocos caminos, lentos y escaso transporte público. Nos enteramos de eso en el hall del pequeño aeropuerto de Laoag, casi a las 21:00hs (eso es muy tarde en Filipinas) después de dos vuelos y muchas horas de espera. Ambos teníamos una sensación de agotamiento bastante inusual, como gripal. El que nos informó fue un oficial de la brigada de explosivos, que a falta de oficina de turismo se preocupó de ayudarnos en todo lo que pudo.
Lo que quedó claro era que no iba a ser nada fácil llegar a nuestro destino, Banaue, en los plazos que habíamos planeado en un principio. Nos subimos a un jeepney que nos llevó a la terminal de buses, que a esa hora estaba bastante desierta y, ante el asombro del empleado de la compañía que no entendía que no supiésemos exactamente hacia donde ir, decidimos llegar esa misma noche a Vigan, un poco más al sur de Laoag aprovechando un bus que partía enseguida. Vigan podía ser una opción interesante, es una ciudad colonial española que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Que fuese turística también nos aseguraba que hubiera alojamiento.
El viaje de unas dos horas fue tranquilo, a pesar de que el chofer conducía como si el bus fuese un coche de rally. Llegamos a Vigan a medianoche, con el pueblo desierto. Cerca de la terminal había tres hoteles, el primero nuevo y carísimo, el segundo no parecía muy habitable (y también caro) y el tercero, el Regency, al que llegamos extenuados, era nuevo y caro, pero el conserje nos bajó el precio de 1500PhP a 1000Php (20€) ya que era obvio que a esas horas nadie más ocuparía la habitación y suponemos que nuestro aspecto de agotamiento ayudó un poco también.
El viaje de unas dos horas fue tranquilo, a pesar de que el chofer conducía como si el bus fuese un coche de rally. Llegamos a Vigan a medianoche, con el pueblo desierto. Cerca de la terminal había tres hoteles, el primero nuevo y carísimo, el segundo no parecía muy habitable (y también caro) y el tercero, el Regency, al que llegamos extenuados, era nuevo y caro, pero el conserje nos bajó el precio de 1500PhP a 1000Php (20€) ya que era obvio que a esas horas nadie más ocuparía la habitación y suponemos que nuestro aspecto de agotamiento ayudó un poco también.
Después de darnos una buena ducha, Pablo descubrió que en la pantorrilla tenía picaduras de insecto que se estaban infectando y comenzando a hincharse.
Por la mañana caminamos por el centro histórico. El lugar nos hizo acordar un poco a los pueblos coloniales centroamericanos, y aunque con edificaciones muy bonitas, mucho menos cuidado. Intentamos obtener información de cómo seguir hasta Banaue, la mayoría de reacciones seguían siendo de asombro. En la oficina de información turística había unas cuantas adolescentes, probablemente becarias, muy simpáticas, pero no sabían situar la plaza del pueblo en el mapa. En las oficinas de una empresa de buses nos dijeron que podíamos subirnos a uno que partía hacia Bitalog a las 10:30 y hacer una combinación en un cruce con algún minibús privado. Sin pensarlo demasiado fuimos a buscar nuestro equipaje al hotel y llegamos justo a tiempo para partir.
A las 12:45 llegamos a un cruce de caminos donde nos bajamos del confortable bus. Allí había aparcada una furgoneta pequeña que en teoría iba hacia Cervantes, nuestra próxima escala de la que sabíamos solamente que estaba en la dirección correcta. Después de unas impacientes 2hs de espera, y habiendo juntado los 18 pasajeros propuestos, el chofer se dignó a partir. El trayecto hasta Cervantes incluye el paso por una de las cadenas montañosas más altas de Filipinas, y el camino fue de lo más entretenido, primero porque íbamos realmente como sardinas, incluído un niño del que nos salvamos por escasos centímetros de que vomite sobre nosotros y sobre todo cuando cruzamos el punto más alto, llamado Bassang Pass, de 1500msnm., donde paramos a repostar agua para enfriar el motor (tenía un depósito de 20lts. pero iba perdiendo agua poco a poco) y comenzamos a descender más lento de lo que veníamos subiendo debido al mal estado de los frenos.
El minibús estaba tan destartalado que ni el perrito movía la cabeza. |
Dejando nuestro rastro de agua. |
Al final llegamos a las 16hs a Cervantes con la suerte de que había un hotel allí (hasta que no llegamos no lo supimos), el Villa Maria por 800Php (16€) nos ubicó en una habitación grande y cómoda. Aparte del cansancio propio del viaje Pablo seguía con su infección a la que se sumaba fiebre bastante alta y agotamiento.
Asimismo, después de descansar un par de horas y de una buena dosis de paracetamol salimos a ver el pueblo, cenamos en el eatery de una señora que nos cocinó para nosotros y seguimos intentando saber cómo seguir hacia las terrazas de arroz. Luego de perder tiempo con unos oportunistas que nos querían llevar en privado pagando una pequeña fortuna, nos quedó claro que tendríamos que madrugar si queríamos llegar a Sagada (uno de los puntos marcados en nuestro recorrido inicial) en el día siguiente.
Nos despertamos tempranísimo y a las 6:20hs. salió el jeepney hacia Bontoc, una pequeña ciudad a la que llegamos a las 8:20hs. Desde allí subimos a otro jeepney con el que a las 10:30hs. entrábamos en Sagada, uno de los puntos turísticos de esa zona de la isla. Fuimos a la oficina de información, pagamos la ecotasa y nos alojamos en el Homestay Guesthouse en una pequeña y bonita cabaña para nosotros solos por 750PhP (15€).
Como no teníamos demasiado tiempo nos apuntamos al "adventure tour" que saldría a las 12:00 del mediodía. Sagada es un pueblo en la Provincia de las Montañas y aparte de las terrazas de cultivo de arroz es famosa por su cementerio de ataúdes colgantes. El tour incluía la visita del mismo, recorrer un río subterráneo y la visita de una cascada. Nos reunimos en la partida con nuestro guía y una pareja de filipinos muy entusiastas que compartieron el paseo con nosotros.
La excursión estuvo muy bien, la disposición de los ataúdes en las paredes rocosas es sorprendente, sobre todo en determinados lugares que parecen imposibles de acceder. El último ataúd colgante data de 1992, y si bien vimos sólo algunos, hay muchos otros totalmente escondidos.
Seguimos el río que de repente se introduce dentro de la roca en una enorme caverna para salir por el otro lado de la montaña unos cien metros más allá. También asombroso.
El paseo termina en una piscina natural formada por una cascada, como otras que vimos en Filipinas y que tanto nos gustan. Como no podía ser de otra manera nos pegamos un buen baño y luego retornamos al pueblo alrededor de las 14:30hs.
El resto del día lo tomamos de descanso, caminamos por el pueblo, compramos arroz rojo de la zona y unas galletas buenísimas en una panadería cercana el hotel. Como en Sagada ya teníamos información y medios para llegar a Banaue nos relajamos y preparamos para partir a la mañana siguiente.
La excursión estuvo muy bien, la disposición de los ataúdes en las paredes rocosas es sorprendente, sobre todo en determinados lugares que parecen imposibles de acceder. El último ataúd colgante data de 1992, y si bien vimos sólo algunos, hay muchos otros totalmente escondidos.
Seguimos el río que de repente se introduce dentro de la roca en una enorme caverna para salir por el otro lado de la montaña unos cien metros más allá. También asombroso.