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domingo, 20 de marzo de 2016

48 - Filipinas - Port Barton, El paraíso (todavía).



Del 6 al 11 de Enero, 2016.

Con bastante calor y sacudidos por el viaje, llegamos por fin a Port Barton. Nos bajamos un poco desorientados y nos acercamos a la pequeña oficina de información al turista. Pagamos la correspondiente tasa medioambiental y bajo el sol del mediodía nos pusimos a buscar alojamiento, cargando todo nuestro equipaje.

Port Barton es un pequeño pueblo en la costa occidental de la isla de Palawan, sólo tiene dos calles paralelas a la playa y unas cuantas transversales. Ninguna está asfaltada, tampoco hay iluminación en las calles,  es más, en el pueblo sólo hay electricidad desde las 18 a las 23hs. 






Bajamos a la playa e intentamos encontrar algún hotel en primera línea de playa. No lo conseguimos, estaban todos ocupados o eran caros y no valían lo que pedían. Era temporada alta, y las habitaciones en los hoteles estaban casi todas ocupadas.



Ya cansados de acarrear las mochilas caminamos por la calle paralela a la playa y después de varios intentos en distintos lugares conseguimos una habitación en el Ayette Bamboo House, un complejo de cabañas pequeño pero bien cuidado, donde pagamos  950PhP (19€) por noche con baño privado. Ya instalados, comimos en un pequeñísimo restaurante al lado del hotel y luego Malén contrató un buen masaje que le hicieron en un lugar preparado para eso al lado de nuestra habitación.



Nos tomamos el resto del día de relax, y por la noche salimos, como todos los del pueblo, a dar una vuelta por la calle principal (más bien, la esquina principal) donde habían montado un par de puestos de comida, tiendas y, lo que nos llamó más la atención, un puesto de juegos de azar donde muchos niños se apretujaban para apostar dinero. Este puesto estaba manejado y controlado por otros niños, que con pericia de crupier manejaban apuestas, cobros y pagos con sorprendente profesionalidad.




A la mañana siguiente nos embarcamos en una excursión de todo el día por dos de las islas cercanas y dos arrecifes de coral que pagamos 600 PhP (12€) cada uno, incluyendo la típica y estupenda barbacoa de pescados y mariscos en la playa. Si bien en el primer arrecife había mucha gente y estaba un poco dañado por la cantidad de bangkas y el turismo, el resto de la excursión estuvo muy bien. Es un placer navegar en Filipinas, todos los paisajes son bonitos, tanto en superficie como debajo del agua.























A la noche cenamos en un bar frecuentado por viajeros de bajo presupuesto (aunque tampoco el restaurante es tan barato para los precios que normalmente se manejan en el país). Paseamos un poco por el pueblo linterna en mano y, como siempre en Filipinas, se nos hizo difícil poder dormir debido a un grupo de amigos cantando hasta altas horas de la madrugada en el silencio del pueblo.



El tercer día nos levantamos tarde y sin tener en cuenta tiempos ni horas nos fuimos caminando en busca de White Beach, una playa paradisíaca de arenas blancas a una hora y media aproximadamente del pueblo. Para llegar pasamos por selva tropical, playas volcánicas, manglares y bosques de cocoteros.













Estuvimos solos en la playa bañándonos y tirados en la arena hasta las 15hs y una vez de vuelta al pueblo buscamos algún lugar para alquilar un kayak para el día siguiente. No fué del todo fácil encontrar un kayak doble, llegamos a la conclusión que sólo hay dos en el pueblo y uno estaba fuera de servicio, pero por suerte el único operativo estaba disponible y nos lo guardaron para el día siguiente, de 8 a 12hs del mediodía por 250PhP (5€). Así que temprano otra vez nos lanzamos a hacer nuestro propio tour por los alrededores.





Nuestro primer destino fue un banco de arena que aparece y desaparece según las mareas, éste está rodeado de un arrecife de coral precioso donde nos quedamos haciendo snorkel un buen rato. Luego hicimos un trayecto largo que nos dejó bastante cansados, por mar abierto, hasta otra isla donde habían un par de casas de pescadores y varios niños de distintas edades jugando en los barcos.





Seguimos el contorno de la isla y nos detuvimos otra vez para hacer nuevamente snorkel en otro pequeño jardín de coral lleno de vida. La vuelta por suerte no se nos hizo tan larga, y el banco de arena ya había desaparecido por completo por la pleamar.

Una vez en el pueblo nos dimos un gusto y almorzamos en el restaurante Bamboo, que pertenece a los mismos dueños del hotel donde estábamos, si bien el precio era más elevado, también la calidad de la comida era superior a lo que veníamos probando.



Más tarde, mientras Pablo descansaba de la remada del día, Malén se hizo dar otro masaje, y como siempre, por la noche nos dedicamos a hacer vida de pueblo. Esta vez en el polideportivo había partido de basketball con locutores y una puesta en escena digna de la NBA. La transmisión se oía por todos lados y competía en potencia con la de la misa de la iglesia del pueblo, iluminada profusamente con motivo de la navidad.



Como ya estábamos felices de hacer por fin las actividades al completo por nuestra cuenta, el último día decidimos caminar hacia unas cascadas cercanas al pueblo, en principio creíamos que era un trayecto de sólo media hora, aunque cuando comenzamos a hacer camino por el sendero dentro del bosque tropical y ya pasado el cementerio, nos enteramos que el trayecto en realidad se recorría en al menos una hora y media. Hacía bastante calor, nos perdimos en un cruce y el camino a veces se hacía un poco pesado pero al final el sendero bordeaba el río por lo que pudimos refrescarnos a menudo y disfrutar mejor de la caminata.







No teníamos muchas expectativas con la cascada, pero la caminata fue completamente compensada con la belleza del lugar y del camino. Nos quedamos descansando y nos bañamos en el pequeño lago formado por la caída del agua.





Port Barton nos encantó, y pasamos unos días preciosos rodeados de una naturaleza de belleza increíble y gente sencilla y  simpática. A pesar de estar desarrollándose demasiado rápido como destino turístico, aún conserva ese ritmo de vida tranquilo y agradable de pueblo pequeño, donde todo resulta familiar y cercano. Ojalá que no cambie.

De vuelta, descansamos el resto del día y preparamos nuestras cosas para partir a la mañana siguiente rumbo a El Nido, uno de los destinos más bonitos de Filipinas.