Ya aliviados por haber conseguido una habitación bonita donde dormir, y aunque parecía que todo el pueblo dormía, salimos a caminar un rato para hacer un pequeño reconocimiento de donde estábamos en realidad, como las calles no son regulares y la iluminación pública es bastante inexistente aún no sabíamos en qué parte del pueblo estábamos. Estaba ya casi todo cerrado, pero había un local que se hacía llamar discoteca,al lado de un colmado donde hacían esas pequeñas barbacoas que luego veríamos que son multitud en todo el país. Pablo se comió unos pinchos de carne y Malén unas frutas y una bolsa de snacks, no había demasiadas opciones a esa hora. Allí conocimos a un joven catalán que se lo estaba pasando genial de fiesta en fiesta y que nos introdujo al lugar, nos dió información y nos llevó a conocer el resto del pueblo, al que se accedía a través de un estrecho pasillo entre dos casas.
Moalboal es uno de los paraísos de buceo de Filipinas, así que todo se basa y está preparado para eso.
Después de dormir y descansar lo suficiente, tomamos el desayuno que venía incluído en el hotel, y que no nos pareció ni de lejos que valga lo que nos habían cobrado y después de contratar otra noche, esta vez sin desayuno, por unos 800PhP (16€), Malén decidió que haría unos ejercicios y aprovecharía la piscina mientras Pablo hacía snorkel en la playa del complejo.
La costa que rodea Moalboal no tiene muchas partes de arena, en general son playas de piedra arenisca o de origen coralino. A simple vista no atrae mucho, pero el agua es limpia.
Pablo a los pocos segundos de comenzar a mirar hacia abajo ya estaba completamente maravillado, la vida submarina era increíble, pequeños jardines de coral de formas variadas, con sus propios grupos de peces que los habitaban. En un acuario no podrían haber planeado mejor combinación de colores y formas. Una verdadera belleza y justo enfrente del hotel.
A los pocos minutos de estar en el lugar, una tortuga marina nadando tranquilamente por el lugar. luego, otra reposando en el fondo al lado de una estrella de mar azul, un pequeño coral y muchos peces de un intenso azul eléctrico. En ese momento Pablo pensaba en esos protectores de pantalla del ordenador simulando un acuario que uno instalaba hace unos años. Esto los superaba con creces...
A media mañana descansamos en las reposeras del hotel, haciendo vida de turista clásico y Malén se hizo un masaje en un bonito lugar que el hotel tenía preparado para tal efecto.
Ese día también comimos por primera vez en un "eatery" (comedero), que es el lugar habitual donde comen los locales. Pequeños puestos donde sacan tres o cuatro bandejas de comida preparada y que generalmente está tibia o ya fría, pero que sabe muy bien y por un precio realmente barato. Nos tomamos el día para caminar de arriba a abajo el pueblo y relajarnos bien.
Al otro día, nos preparamos nuestro propio desayuno ya que es muy habitual que los hoteles tengan a mano termos con agua caliente, y después de hacer un buen rato más de snorkel seguimos con nuestro plan de relax. Por la tarde, luego de otra incursión al eatery, contratamos a alguien que nos llevó en una moto pequeña (si, él y nosotros dos) hasta una famosa playa de arena blanca llamada White Beach.
La playa en cuestión está a unos pocos kilómetros de donde nosotros estábamos. Al llegar nos cobraron una tasa medioambiental de 5PhP y otra de 10PhP por entrar en la playa en sí.
El lugar estaba lleno de gente, en su mayoría filipinos, y suponemos que el estado del mar, que estaba un poco revuelto, y que haya gran cantidad de basura dentro y fuera del mar hizo que la playa no nos gustara nada. El ver a un par de personas salir del agua con cortes o golpes fuertes nos confirmó que bañarse en ese sitio no era buena idea. Recorrimos la playa para ver si encontrábamos alguna parte mejor, cosa que no pasó así que nos tiramos en la arena un buen rato a tomar el sol y más tarde nos volvimos al hotel en un triciclo que negociamos con dos franceses.
En Moalboal, más precisamente en Panagsama South, donde aparentemente estábamos, también descubrimos nuestra primera estación de relleno de agua. Unos locales generalmente vidriados donde potabilizan agua y la venden a precio muy accesible. Los restaurantes, hoteles, las familias, etc. usan agua de estos lugares, ya que el agua corriente no parece ser potable. Tienen los filtros y todo el sistema de potabilización a la vista y parece todo muy profesional y serio. Nosotros les llevamos algunas botellas y ellos las lavaron una por una y las rellenaron, por 2PhP el litro (0,04€).
Decidimos que al otro día partiríamos hacia el norte de la isla de Cebú, donde estábamos y ya por ahí nos decidiríamos por las islas de Bantayan o Malapascua, de las que teníamos referencias. Ambas están a la derecha e izquierda del extremo norte de Cebú, y hay que cruzar en ferry o lancha, y sólo hay algunos servicios por día.
Nos levantamos muy temprano, justo antes de amanecer y enseguida conseguimos un triciclo para que nos lleve hasta la parada del autobús. Le contamos a nuestro conductor nuestro plan y nos confirmó que ir hasta el extremo norte de la isla en bus nos iba a llevar todo el día (nosotros ya teníamos una idea) ya que había que pasar por la ciudad y el promedio de velocidad no suele superar los 30km/h. Y el total eran casi 200km.
Por las dudas el conductor del triciclo preguntó a algunos si había transportes privados que vayan más deprisa, previsiblemente surgió un taxista que dijo que nos podía llevar. Luego de arreglar por un rato el precio, decidimos que llegar en la mitad de tiempo donde íbamos y ganarnos un día y ahorrarnos una noche de hotel justificaban los 3000PhP (60€) que pagamos por el trayecto.
El viaje fue cómodo, rápido (para lo que es Filipinas) y pudimos disfrutar del paisaje, sobretodo de la parte norte de Cebú, todo muy verde, palmeras, campos de caña de azúcar, algunas colinas y de a ratos el mar y pueblos de pescadores.
Llegamos, después de casi 5hs de viaje, sobre el mediodía a Hagnaya, el pueblo donde parten los ferries hacia la isla de Bantayán. Al final nos habíamos decantado por ésta, ya que no teníamos claro que haya aún transporte a la otra isla mucho más pequeña de Malapascua y no nos queríamos arriesgar. Hay más de una hora de distancia entre Hagnaya y el puerto de Maya, punto de partida hacia Malapascua.
En el puerto de Hagnaya aún estaba el ferry, al que esperamos sólo unos 15 minutos antes de la salida. Dentro del mismo nos encontramos con dos señores alemanes que vivían en Santa Fe, (la ciudad donde llegábamos en una hora y pico de navegación) y nos dieron buena información de cosas por hacer y dónde buscar alojamiento.
Antes de subir compramos algo de comida en el eatery de la terminal. Fue bastante difícil, sobretodo para Pablo, comer su porción de pollo y caldo dentro de una bolsa de nylon. En la terminal nos estaba esperando un triciclo de confianza, con el que había contactado nuestro compañero alemán, para llevarnos a buscar alojamiento.
La tripulación del ferry deleitando al pasaje con un baile navideño... Ups... ¡si no dejaron a nadie al mando del navío! |
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