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viernes, 19 de febrero de 2016

45 - Filipinas - Bantayán, playa y vida de pueblo.

Del 28 al 31 de Diciembre, 2015



Nuestro transporte nos estaba esperando en el muelle: un triciclo a pedales comandado por un hombrecito que parecía que se iba a desarmar y que muy entusiasmado cargó con nosotros dos y todo nuestro equipaje, carreteó un poco y se puso en marcha. Nosotros, preocupados por su integridad física, le dijimos que nos lleve directamente hasta el alojamiento que nos habían recomendado los alemanes, pero él insistió en que nos llevaría y ayudaría a ver otros alojamientos mejores en primer lugar y así fue, salvo que los hoteles que estaban en primera línea de playa ya estaban todos ocupados. El período de Navidad y Año Nuevo es temporada alta en Filipinas, sobre todo debido al turismo local.




Con una gran sonrisa de su parte, una vez que llegamos al Onde, (nuestra primera opción), el señor del triciclo nos cobró el precio estipulado y nosotros nos instalamos en una de sus habitaciones con baño privado y ventilador por 450PhP (9€). Había habitaciones bastantes más baratas con baño compartido, pero podíamos darnos ese "lujo".




Enseguida conocimos a nuestro vecino, Víctor, español de Segovia, que vive en el hotel casi permanentemente con su mujer filipina, ambos muy simpáticos. Contentos de hablar en la lengua madre de Pablo nos pusieron al día con el panorama local, donde comer, que ver y todo sobre la vida del pueblo en general.  

Una vez alojados salimos a ver el mar, a sólo unos 150mts. del hotel. Santa Fe está rodeado de una playa grande de arenas blancas muy bonita. Desgraciadamente esa tarde unas nubes negras y el mar un poco movido le quitaban algo de encanto, aunque no impidió que nos bañásemos en sus siempre cálidas aguas.


















Al atardecer compramos víveres en el atiborrado supermercado local y caminamos por la calle central del pueblo. Cenamos en un eatery por 110PhP los dos (2,20€) y volvimos a nuestra habitación a ducharnos, no sin antes dar caza a la enorme araña encargada de recibirnos debajo del lavabo. 


Quizás esa noche fue la primera de muchísimas más en la que dormir se nos hizo difícil. Una de las aficiones mayoritarias de los filipinos son los gallos de pelea, y mucha gente tiene ejemplares atados con una pequeña cuerda. Estos animales no están muy bien coordinados con el amanecer, como se supone tradicionalmente, por lo que están todo el día... y toda la noche cantando. Otra de las grandes aficiones filipinas es la música (siempre a todo volúmen) especialmente el karaoke, o videoke como ellos lo llaman. Tuvimos la mala fortuna que nuestro hotel lindaba con un "paseo comercial" en el que ese día inauguraban un pub muy occidental con música en vivo que sonaba como si hubiesen estado tocando al pie de nuestra cama.

Ya nos lo habían predicho, Filipinas es un paraíso, pero es muy difícil dormir bien toda la noche...  

En el hotel teníamos agua caliente gratis para el café y podíamos usar la cocina. Compramos unos panes riquísimos en la panadería local, nos preparamos el desayuno y nos fuimos a la playa. El tiempo seguía un poco gris, pero lo que nos decepcionó un poco fue la basura en la playa y dentro del agua, vidrios, latas y plásticos por doquier. Nos dió pena que los locales no se den cuenta del daño que hacen al medioambiente y, por supuesto, a sus propios intereses. 





Pablo aprovechó el tiempo nadando y haciendo snorkel, aunque los fondos arenosos no son tan interesantes como los coralinos, y Malén encontró un resort con piscina en la que se pegó un buen baño y realizó su serie de ejercicios matinales.











Por la tarde nos dedicamos a caminar por el pueblo e integrarnos un poco en su vida. Santa Fé es un lugar lleno de sonrisas y ambiente relajado. Invita a quedarse.












Queríamos conocer el resto de la isla y ver si podíamos encontrar alguna playa en la que estuviéramos tranquilos sin tener que usar calzado para bañarnos, así que al día siguiente alquilamos un scooter (que nos costó bastante tiempo encontrar) y nos fuimos a ver qué descubríamos. 




Bordeamos la costa oeste pasando por pueblos de pescadores y granjas avícolas, en Bantayán, una de las principales actividades económicas es la producción de huevos, y llegamos a Bantayán pueblo , la ciudad principal de la isla, con un puerto mayoritariamente pesquero y un gran mercado que recorrimos y donde compramos varias cosas.








Otra razón por la que visitamos el puerto de Bantayán pueblo, era que al día siguiente queríamos partir hacia nuestro próximo destino, las islas de Gigantes, y había un ferry que desde allí  nos dejaría bastante cerca en la isla de Iloílo, pero como viajábamos el 31 de Diciembre y era festivo, las probabilidades de que salga eran casi nulas. Nos informamos de otra opción, para eso teníamos que hacer combinaciones de ferries y transportes públicos. Significaba que tendríamos que pasar todo el día de fin de año viajando pero llegaríamos a tiempo para Nochevieja a Estancia, antes de cruzar a Gigantes.

Ya informados, seguimos en nuestra moto hacia el norte por la carretera principal, que no es más que un angosto camino asfaltado entre campos y bosques, pequeños pueblos, caseríos y escuelas rurales. El paisaje nos resultó muy bonito y como siempre la gente nos saludaba al pasar y nos deseaba feliz navidad. 









Llegamos pasado el mediodía a Madridejos, en el extremo septentrional de la isla, nos desviamos del camino principal y bordeamos la costa, buscando alguna playa bonita. Todas estaban ocupadas por pescadores, bangkas (las embarcaciones tradicionales), redes, trampas y mucha basura. En las calles y terrenos alrededor de las casas había plataformas donde se seca el pescado, método muy usado en Filipinas de conservación y consumo.


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Llegamos al centro del pueblo buscando un lugar para comer, pero el mercado local ya estaba prácticamente vacío y no había restaurantes, sólo algunos eateries que la verdad no tenían ninguna buena pinta. Pablo intentó suerte en unos puestos de comida rápida, pero no tenían hamburguesas ni nada para comer (pero seguían abiertos). También encontramos una playa llamada Kota Park y nos ofrecieron cocinarnos pescado, pero encontramos que el precio que nos cobraban era demasiado y el lugar tampoco nos atraía. Pablo terminó comiendo un trozo de pollo asado en un puesto "Lechón Manok" (así se llaman) y Malén un pan de una panadería del pueblo. 




Volvimos en línea recta hasta Santa Fe, disfrutando el paisaje y el conducir por esos caminitos y paramos en la playa justo antes de llegar al pueblo, donde nos tiramos en la arena a descansar y nos entretuvimos jugando y charlando con un grupo de niños que se nos acercó y nos escuchó muy atentamente cuando les explicamos la importancia de mantener el lugar sin basura  (casualmente se usa la misma palabra en idioma tagalo).







Devolvimos sana y salva la moto, paseamos por el pueblo otra vez, comimos otra vez en nuestro eatery preferido y nos tomamos unos batidos en el "paseo comercial" del pub, que seguía con su música a todo volumen.

También había una pequeña feria, de estas universales, donde la gente apostaba a un curioso juego de azar.



Por la mañana del 31 madrugamos y tomamos un triciclo público otra vez hasta Bantayán pueblo, compramos los tickets de la lancha y, como la marea estaba baja tuvieron que transportarnos en otra más pequeña, haciendo varios viajes de pasajeros y mercaderías hasta completarla. Salimos apenas pasadas las 09:00hs.








El viaje hasta Cádiz, en la isla Negros, estuvo bien, buen tiempo y buena mar, tuvimos posibilidad de ver un gran banco de arena asomando apenas en alta mar, lo que confirmaba que debe de ser difícil de navegar por esas aguas si no se conoce el lugar debido a eso y a los islotes, piedras e islas que hay por doquier.

Durante el trayecto tuvimos tiempo de charlar con la gente que nos acompañaba y al llegar a Cádiz a las 12:30 tomamos, junto a una mujer con la que veníamos hablando, un triciclo hasta la terminal de buses. Allí nos enteramos que podíamos hacer el trayecto hasta Bacolod, nuestro siguiente puerto de cruce, en un taxi que si lo compartíamos nos salía a buen precio. Efectivamente fuimos cuatro en el taxi unos 70km cruzando Negros, una isla que encontramos ligeramente más desarrollada y agrícola que las otras, sobre todo en el cultivo de caña de azúcar. Llegamos a Bacolod y nos bajamos en el puerto. Mientras Pablo cuidaba el equipaje de todos, Malén y nuestra compañera compraron los tickets para el ferry hacia Iloílo,  tercera ciudad en importancia del país en la isla del mismo nombre y desde donde aún nos quedaban largas horas de trayecto hasta Estancia, el pueblo donde habíamos reservado por teléfono una habitación en un complejo turístico que por internet se veía realmente bonito y que queda justo enfrente de las muy pequeñas islas de Gigantes.




En el puerto de Iloílo, en la cola para el taxi hasta la terminal, nuestra compañera, de la que lamentablemente no recordamos su nombre, pero a la que le agradecemos muchísimo lo que se preocupó por nosotros, nos confirmó que llegar con transporte público a nuestro destino sería casi imposible a esas horas de la tarde y que un taxi sería la mejor opción, aunque mucho más cara. Ella negoció por nosotros hasta lograr el mejor precio posible y nos subimos a un taxi con un conductor muy simpático que, a pesar de tener un problema del habla, trató de charlar todo el tiempo con nosotros y condujo prudentemente entre el tráfico que ya se ponía denso por zonas y por la gente que iba invadiendo las calles con motivo de la fiesta.






Llegamos en 3hs a Estancia y pagamos por ese trayecto 2000PhP (40€). El complejo turístico Pa On  no era lo bonito que parecía en su página de internet, pero estaba bien. La cama de nuestra habitación era por demás de incómoda, lo solucionamos quitando la estructura metálica y dejando el colchón en el suelo.






Tuvimos nuestra cena de Nochevieja en el mismo resort. Malén pidió un plato con pescado seco que le resultó incomible ya que tenía una textura correosa y sabor a puerto viejo.




Salimos al centro de la ciudad a celebrar nuestro final de año en el pueblo. Todos estaban en los alrededores de un predio del parque municipal en la que habían montado una columna de sonido digna de un gran estadio. Si hay algo de lo que Filipina puede presumir es de la potencia de sonido, la calidad es otra cosa.

Casi todos los presentes eran adolescentes, muchísimos, niños y pocos mayores. Paseamos entre la gente para tomar un poco de contacto con el lugar hasta que empezaron a tirar pirotecnia por todos lados y decidimos que ya estábamos lo suficientemente cansados como para volver al hotel y terminar felices el año durmiendo después de un día entero cruzando islas entre ferries, triciclos y taxis.