Del 17 al 22 de Noviembre, 2013.
Los colombianos arrastran
el karma de una guerra interna que se prolonga ya por décadas, el de
ser uno de los principales países de producción y exportación de
drogas y el de un historial de secuestros, violencia y muerte del
cual no están nada orgullosos. Nosotros, visitando el país,
hablando con la gente y recorriendo sus carreteras pensamos que los
colombianos no se merecen nada de todo esto. Toda la gente que nos
cruzamos en todas la regiones, nos han tratado maravillosamente bien,
siempre recibiéndonos con una gran sonrisa y con la frase que resume
un poco su hospitalidad y su buena predisposición: ¡A la orden!.
Además, no hemos sentido en ningún momento sensación de
inseguridad, al contrario, todos se esforzaron en cuidarnos,
ayudarnos y hacernos pasar un buen momento, desde las autoridades
hasta el más humilde de los vendedores ambulantes.
Una vez nos despedimos
del mar comenzamos a surcar las rutas de los llanos de los
departamentos Magdalena y César. Apenas pudimos nos detuvimos en un
cibercafé de lo más pintoresco para conectarnos a internet y enviar
señales de vida a nuestras familias. En Colombia se nos hizo difícil
conseguir buena señal de wifi.
Aunque no lo sabíamos ni
esperábamos, nos encontramos con Aracataca, el pueblo del genial
Gabriel García Márquez. Nos desviamos unos pocos kilómetros, ya
que merecía la pena ver el entorno en el que había crecido el
escritor y sumergirnos un poco en su cultura. Almorzamos en la plaza
del pueblo, hablamos bastante con un muchacho del lugar y caminamos
un poco por sus calles. No vimos referencias u homenajes a Gabo, pero
muchos locales se llaman Macondo, y para nosotros fue un honor haber
estado allí.
"pueblo" de gasolineras piratas. |
Seguimos hacia el sur con
un tráfico muy denso de camiones y pagando peajes bastante caros
cada pocos kilómetros a pesar de que el estado de las carreteras
deja mucho que desear por ser de pago. A favor, tenemos que decir
que las carreteras colombianas están bastante bien señalizadas y no
nos perdimos tan fácil como en Centroamérica. En un puesto de pago
que para hacer menos de 25km entre peajes estuvimos una hora de reloj
atascados, entre otras cosas porpasar por un poblado de gasolineras clandestinas (cerca de la frontera con Venezuela) y por el no saber hacer de unos banderilleros, hicimos una pequeña escena negándonos a pagar, nos
quejamos, pedimos hablar con el administrador y, aunque terminamos
pagando, al menos dejamos para el recuerdo el pequeño escándalo,
que nos vino bien para entretenernos un poco en el tedio del viaje.
De todas maneras todos nos dicen que a pesar del mal servicio que
prestan las concesionarias, no hay forma de quejarse y que cualquier
sugerencia o protesta queda en el olvido. En un pueblo nos informaron
que una vez la gente del lugar quiso quejarse e hizo una
manifestación, vino la policía, hubo represión violenta, heridos y
un muerto.
Después de haber
conducido todo el día y no haber avanzado mucho, dormimos acalorados
en un polvoriento parador de camioneros, al lado de un campamento del
ejército, cercano a un pueblo llamado Las Vegas, cualquier parecido
a la ciudad norteamericana, es pura coincidencia...
Al otro día seguimos
avanzando lentamente, dejamos los llanos y comenzamos a subir por el
departamento de Santander hacia Bucaramanga, estuvimos unas horas
allí y después de comer subimos zigzagueando el cordón
cordillerano que pasa por el Parque Nacional de Chicamoya. Dormimos
en una estación de servicio del pueblo de Curití, allí
aprovechamos para cambiar el aceite a Furgo y conversar con la gente
del lugar. También nos enteramos que algunos peajes pueden ser
esquivados, así que como medida de protesta (y de ahorro) desde ese
momento, siempre preguntamos antes de llegar al puesto de pago, y si
podíamos, lo evitábamos.
Ya cerca de Bogotá, nos
detuvimos en Susa, un pequeño y bonito pueblo muy típico para ver
si podíamos conectarnos a internet. Preguntamos en la alcaldía del
pueblo y enseguida todos los empleados se movilizaron para
conseguirnos las claves, brindarnos un lugar cómodo para estar y
explicarnos como llegar y entrar correctamente al Distrito Capital.
Allí también recibimos por email las completísimas instrucciones
de Saracris e Ignacio, nuestros anfitriones en Bogotá, ellos son los
padres de Juan Miguel, que habíamos conocido en Canadá.
Antes de llegar a la gran
ciudad, pasamos por Zipaquirá, una ciudad preciosa con una
arquitectura muy suya y que cuenta con un complejo minero de sal,
donde han construido en una antigua mina una catedral subterránea y
un pequeño complejo temático. Aunque no visitamos la catedral ni la
mina, nos encantó la ciudad y su colorido.
Estuvimos 3 noches con
ellos, Malén lamentablemente estuvo algo mal de salud, menos mal que
estábamos en el mejor sitio posible para ser cuidados. Ignacio,
Saracris y su hijo Daniel nos hicieron sentir como de la familia y
recordaremos por mucho tiempo los desayunos del “Hotel Bochinche”,
como ellos cariñosamente llaman a su casa.
Al segundo día salimos a
recorrer un poco la ciudad. Bogotá es una ciudad preciosa en muchos
sentidos, es una lástima que su belleza se vea opacada debido al
tráfico y a la polución. A pesar de los esfuerzos, el gobierno no
logra poner en orden al transporte público y a los coches
particulares. Se ha implementado un sistema de buses que funcionan
con carriles exclusivos, una restricción para los vehículos
privados que depende del número de placa y se están dando grandes
subvenciones a los taxistas que compren vehículos eléctricos entre
otras medidas, pero aún así, ir de un lado a otro de la ciudad
lleva horas y un gran stress.
Visitamos el barrio de
Usaquén, donde vimos en una plaza una muestra de documentales sobre
la guerra colombiana y sus efectos en la sociedad civil e indígena.
Los documentales eran de una crudeza conmovedora. Al terminar, la
productora de uno de ellos nos hizo una entrevista para la televisión
local a la que respondimos gustosos, aunque aún impactados por lo
que acabábamos de ver.
Luego cogimos un bus y
nos fuimos a recorrer el centro, visitamos la Plaza Bolívar y sus
edificios públicos. Como teníamos que tener en cuenta los horarios
y se nos hacía tarde volvimos también en el sistema de “metrobus”
o como lo llamán allí, Transmilenio. Por la noche Pablo cocinó
unas pizzas que disfrutamos todos en una muy agradable cena con toda
la familia y con buen vino.
Muy temprano a la mañana,
con el objetivo de evitar el tráfico en hora punta, nos dispusimos a
la difícil tarea de salir de Bogotá, a pesar de las precisas
instrucciones que nos habían dado en algún momento nos equivocamos
y estuvimos casi dos horas entre una marea imposible de todo tipo de
vehículos hasta salir de los límites de la ciudad.
Algo más relajados, nos
concentramos en apreciar el paisaje siempre verde de la sierra
colombiana, preparamos nuestra comida en Cajamarca y sufrimos con
Furgo subiendo hasta La Línea, que está a casi tres mil metros
sobre el nivel del mar, y luego, a la tardecita bajamos algo hasta
Calarcá, departamento de El Quindío, en la puerta de la zona de
producción cafetera de Colombia.
Palmeras de cera, árbol nacional de Colombia. |
Como siempre todo espectacular!!! Desde acá lo vivimos con una enorme alegría de verlos disfrutar tanto y la emoción de saber que prontito vamos a estar juntos!
ResponderEliminarMucha suerte!!!! los quierooo!
mmmm Malén, como te envidio esos mangos......¿ te los comiste todo vos o te ayudó Pablo ? ja, ja, ja, se ven espectaculares, deben haber estado muy ricos....!!!
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