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miércoles, 20 de noviembre de 2013

25 - El tapón de Darién



Del 6 al 14 de Noviembre, 2013

La región de Darién, que está al sur del canal de Panamá, está comprendida por la provincia del mismo nombre y por una serie de comarcas indígenas que son autónomas en cuanto a la gestión de sus territorios. Geográficamente es una zona de selva húmeda muy densa con una biodiversidad única y escasamente poblada. Para los viajeros que venimos recorriendo el continente en ambos sentidos esta zona es un problema: no hay caminos que crucen los menos de 100km que “faltan” a la carretera panamericana para unir por tierra a Panamá y Colombia. ¿Los motivos? Hemos escuchado mayoritariamente tres: El primero geográfico, por la dificultad y la alta inversión que requiere la obra. El segundo sería político, ya que una carretera traería un tráfico masivo de inmigrantes, narcotráfico, y principalmente movimiento de mercancías, con la consecuente pérdida de tráfico del canal, principal fuente de ingresos del país. El tercer motivo es el ecológico, una carretera implicaría la población de este territorio, contaminación, deforestación y pérdida de la identidad y tradiciones indígenas, hasta ahora orgullosamente preservadas.

Para pasar el Darién lo más usual es enviar el vehículo por barco, como carga suelta (ro-ro) que es más barato pero no seguro, o en un contenedor. Nosotros lo gestionamos a través de Tea Kalmbach, una argentina que es agente de aduanas en Panamá y está familiarizada con los viajeros. Así conseguimos compañeros para compartir contenedor con el consiguiente ahorro en gastos y la tranquilidad de una guía para los incontables trámites.




Justo cuando nos marchábamos de nuestro aparcamiento en el casco antiguo de Ciudad De Panamá,
nos encontramos con los que iban a ser nuestros compañeros de contenedor, Ivàn, Priscilla y sus hijos Lara y Teo, costarricences, que en una Volkswagen del 89 van a recorrer América por algunos años. Almorzamos juntos, nos pusimos al tanto de los procedimientos a seguir y quedamos que estaríamos en contacto. Luego fuimos a visitar la parte moderna de Panamá, la avenida Balboa y sus rascacielos. Una lluvia intensa nos convenció de que era hora de irnos a nuestro nuevo “domicilio”, el Club Náutico Balboa, que se encuentra en Amador, justo donde empieza el canal del lado del Pacífico y es una zona de parques y paseo de la ciudad. En los alrededores del club náutico, que es considerado un sitio seguro, es muy normal encontrarse a viajeros acampando o con todo tipo de vehículos esperando fecha para embarcar o simplemente viviendo allí un tiempo mientras visitan la ciudad. Por ejemplo, nos encontramos con un señor surcoreano, profesor de filosofía de la universidad de Shanghai (China) que con sus dos hijos mellizos de 6 años venían viajando desde Brasil y Argentina con una bicicleta y un carrito de madera. Ya llevaban tres años y medio de viaje.







Allí también era donde estábamos citados el día 6 de Noviembre para empezar las gestiones del embarque. Con la lluvia nos confundimos y nos pasamos de largo, por suerte después de haber estado un buen rato en otro club náutico, por casualidad nos dimos cuenta del error y pudimos encontrar el lugar correcto, tras preguntar unas cuantas veces, cosa que hicimos habitualmente en Panamá.





 Al otro día aprovechamos y fuimos a ver las esclusas de Miraflores, llegamos justo en el momento de que pasaba un gran barco tipo Panamax (se llaman así a los que tienen las dimensiones máximas permitidas para el canal) y vimos el proceso. El canal, que fue inaugurado en 1914 estuvo bajo gestión y soberanía norteamericana hasta el mediodía del 31 de Diciembre de 1999 cuando por un convenio firmado en 1977 pasó a ser controlado totalmente por el gobierno panameño. Al canal lo transitan más de 13.000 barcos por año y el peaje promedio es de alrededor de U$S100.000 por barco, (algunos llegan a pagar más de U$S300.000).
Aunque aún funciona básicamente de la misma forma que en sus inicios, se está construyendo un nuevo sistema de esclusas más grandes para permitir el paso a barcos de nueva generación con capacidad de carga mucho mayor.






El canal tiene una longitud de 80 kilómetros y entre costa y costa, en la zona de la cordillera central, hay un lago artificial, el Gatún, que está a 26 metros sobre el nivel de los océanos, por eso de ambos lados del itsmo se necesitan esclusas que sirven de ascensores para elevar y luego volver a bajar los barcos. También hay un juego de esclusas intermedias, por lo que en total son tres. Es muy interesante ver cómo trabaja el sistema que es muy simple, pero a la vez muy ingenioso. Realmente asombra el tamaño de los barcos y el poquísimo espacio de tolerancia con los bordes, sobre todo del ancho del buque. Los barcos entran y salen con sus propios motores, pero van amarrados a cuatro locomotoras que mantienen correctamente centrada a la nave en todo momento.



El día 6 fuimos a hacer las primeras diligencias a las oficinas de la Policía Judicial, tuvimos que ir dos veces, una por la mañana a que nos controlen los vehículos y otra por la tarde a buscar los papeles autorizando el embarque. La hija de Tea, que vive en Panamá nos acompañó en la gestión y en todo momento estuvimos informados sobre los procedimientos y pasos a seguir.





El embarque se realizaba desde Colón, al otro lado del itsmo, tuvimos la mala noticia de que Amy, la hija de Tea no nos podría acompañar por una indisposición personal, aunque nos dieron las instrucciones con detalle para que podamos hacer todo nosotros solos. Nos fuimos con Priscilla e Iván en los dos vehículos no si antes perdernos un par de veces a la salida de Panamá hacia Colón, preparados para lo que sería un largo día de burocracia. Colón es la segunda zona libre portuaria más grande de occidente, más allá de eso es sólo caos de tráfico, atascos interminables, pilas de contenedores e instalaciones portuarias por todos lados, la ciudad en sí rodea todo esto de forma desordenada y sucia.




 





Nos llevó unas 6 horas de intenso calor movernos por los laberínticos procesos portuarios a los que no estamos para nada acostumbrados. Aunque la gente de las oficinas y de seguridad nos trató con bastante cordialidad y comprensión, los trámites son bastante tediosos y confusos y todo lleva mucho tiempo, por lo que en estos casos la mejor arma es la paciencia. Al final de la jornada pudimos poner a Furgo bien sujeta dentro del contenedor, lo sellaron y agotados nos volvimos en autobús a Panamá.










Teníamos a un joven de Couchsurfing que nos daría alojamiento por esa noche para al día siguiente coger el avión hacia Cartagena De Indias, en Colombia. Llegamos a Ciudad De Panamá en la hora punta, quedamos con Javier en encontrarnos en un McDonalds de un conocido centro de compras. Sorprendentemente, ningún taxi quiso llevarnos, o al vernos turistas ni siquiera nos hablaban o se negaban simplemente alegando que había mucho tráfico, por suerte encontramos un bus pirata que nos dejó en el punto donde teníamos que encontrarnos con Javier. En su casa pudimos relajarnos después de un día agotador, él y su madre nos atendieron como reyes, nos prepararon una cena y charlamos juntos un buen rato.



Por la mañana madrugamos y nos despedimos agradecidos de Javier quien nos acompañó y pagó el bus al aeropuerto. Luego de un rato de recorrido nos enteramos que nos habíamos equivocado y que teníamos que subirnos a otro bus. Enseguida al ver nuestra situación, la Capitán Linette Rios de la Fuerza Aeronaval Panameña, que también iba hacia el aeropuerto se ofreció a guiarnos, nos acompañó al bus correcto y también nos pagó los boletos, que se hace sólo con una tarjeta especial.

Música panameña espontánea en el aeropuerto.

Nuestro vuelo salió con una hora y media de retraso, y fue algo movido, pero estábamos contentos y tranquilos ya que habíamos logrado hacer todo a tiempo y en forma correcta, y ahora, en Cartagena, nos esperaba otra larga sesión de trámites y gestiones que otra vez pondría a prueba nuestra paciencia. 




Ahh..., y si aún no saben por quien votar en las próximas elecciones...

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