Del 8 al 17 de Noviembre,
2013.
Llegamos a Cartagena de
Indias, Colombia, en un demorado vuelo de Copa Airlines y los
colombianos nos recibieron de forma muy cálida desde el primer
momento. El oficial de inmigración nos explicó un montón de cosas
sobre la ciudad, aún cuando había una gran cola detrás nuestro, y
es que según él, “hay que recibir bien a nuestros amigos
turistas”, también, en un acto inesperado en ese tipo de
funcionarios, se ofreció a cambiarnos dinero, aceptamos cambiando
una pequeña cantidad ya que necesitábamos pagar el transporte y los
primeros gastos. Una vez sellados nuestros pasaportes, preguntamos
por la oficina de información a un señor de servicios
aeroportuarios quien con muy buena gana y predisposición nos
acompañó por todo el aeropuerto incluso pasando la zona de
seguridad, hasta encontrarla. Allí por tercera vez, nos brindaron
una cordial bienvenida y nos dieron una guía completísima de todo
Colombia, rutas, peajes, puntos de interés, etc.
Nos alojamos al fin en un
hotelito barato y sencillo en el que podíamos usar la cocina y
teníamos baño privado y ventilador, algo imprescindible debido al
calor agobiante de la ciudad.
Llegamos a Cartagena el
fin de semana de festejos del día de la independencia, así que todo
olía a fiesta, por la noche desfiles de carrozas, mucha gente
bebiendo y bailando por todos lados y alegría general. También
visitamos y caminamos el casco antiguo que es patrimonio de la
humanidad y sus murallas que siglos atrás protegían a la ciudad de
los ataques enemigos.
En Cartagena está el
Museo del Oro Tayrona, una muestra muy completa y extensa del arte de
orfebrería precolombina, con piezas increíbles que demuestran la
destreza y buen gusto de los antiguos habitantes de la región,
quienes también fueron pioneros en técnicas aún hoy usadas por
orfebres en todo el mundo.
También fuimos a las
playas en la zona moderna de la ciudad, nos habían advertido de que
no eran nada bonitas, pero a nosotros nos sorprendieron para bien,
las aprovechamos y disfrutamos.
Estuvimos en Cartagena un
total de seis noches mientras esperábamos a que llegase el barco que
traía a Furgo y que pudiésemos retirarla del puerto. En ese tiempo
cambiamos tres veces de hotel, el primero porque estaba algo
encerrado, y con el calor se hacía algo incómoda la estadía. El
segundo, en el que estuvimos sólo una noche, estaba encima de una
discoteca. Las normativas de ruido parecen no existir, y el sonido de
la música en la habitación era casi el mismo que en el local de
abajo, además la temperatura del lugar no nos permitía casi
respirar. Los empleados del hotel, muy amables, nos pidieron
disculpas y nos dijeron que aunque presentaban denuncias a menudo, no
podían hacer mucho más, y que era normal de que los clientes se
marchasen.
Al final encontramos un lugar nuevo, Casa Eugenia, un hotel sencillo en lo que era una antigua casa unifamiliar con un patio muy grande y aireado, también podíamos usar la cocina y el trato con sus dueños era muy amigable, así que aunque también sufrimos algo de ruidos, disfrutamos de estar en ese lugar las tres noches restantes.
En el tiempo que
estuvimos allí también nos volvimos a encontrar con Priscilla e
Iván y nos coordinamos para hacer los trámites el Martes a primera
hora, ya que el Lunes era festivo . Fuimos a la naviera y a aduanas,
pero no pudimos hacer mucho más, ya que el barco venía con retraso
y tendríamos que esperar hasta el otro día.
El Miércoles a primera
hora volvimos a la naviera, el barco había llegado y descargado.
Seguimos haciendo trámites durante todo el día sin interrupción y
tuvimos que esperar también a que reparen una grúa que se había
averiado en el puerto, impidiendo que muevan nuestro contenedor. Al
final, diez minutos antes del cierre de las oficinas, a las 18:00hs.
logramos sacar a Furgo del puerto, agotados pero contentos.
Tenemos la costumbre y
precaución de no viajar de noche, pero eran tantas las ganas que
teníamos de continuar viajando que nos hicimos paso cruzando toda la
ciudad entre un tráfico totalmente caótico y desordenado para
conducir unos cuantos kilómetros en dirección Barranquilla y nos
paramos en el estacionamiento de un peaje a pasar la noche,
relajarnos del intenso y caluroso día de trámites y respirar aunque
sea un poco de aire fresco.
Al día siguiente madrugamos y salimos bordeando el Caribe colombiano pasando por Barranquilla, Santa Marta y deteniéndonos en nuestro siguiente destino, el Parque Nacional Tayrona. Al llegar a la entrada del parque nos sorprendieron los precios de las entradas: nos cobraban por entrar nosotros, por entrar a Furgo hasta el estacionamiento (unos 4 kilómetros de carretera en pésimo estado) y por dos días de párking, aunque sólo estuviésemos una noche. Todo nos salió por unos 50U$S. La concesionaria del parque está por perder el contrato y no hace mucho por el mantenimiento, aunque cobran como si el servicio fuese de 5 estrellas.
El Parque Nacional
Natural de Tayrona es una zona al este de Santa Marta, entre la línea
de la costa y las estribaciones de la Sierra Nevada (otro parque
nacional), comprende zonas de bosque tropical húmedo y seco, playas
de gran oleaje con violentas corrientes y sectores de aguas calmas y
cristalinas con arrecifes de coral. El paisaje en general es
magnífico. Hicimos un sendero por el interior del bosque, al
atardecer nos bañamos en una playa y dormimos cómodamente en el
estacionamiento del lugar.
Al otro día nos fuimos
haciendo senderos por casi una hora y media hacia un sector que se
llama Arrecifes y continuamos a descansar y a darnos un baño en una
playa resguardada por rocas llamada La Piscina.
Para los que quieran alojarse, el parque es famoso por sus Ecohabs, cabañas construidas en medio de la naturaleza, con vistas impresionantes y un entorno único.
Toda la región era
habitada por los Tayrona, indígenas originarios de la zona que
dejaron un gran legado artístico en orfebrería, cestería y otras
artesanías. Aún hoy se pueden ver algunos indígenas vestidos con sus
vestidos típicos en los alrededores.
Nuestro siguiente destino era Santa Marta, otra ciudad colonial a la que visitamos rápidamente por la tarde para luego irnos a dormir a un pequeño pueblo costero a pocos kilómetros de allí que se llama Taganga y que se encuentra en una bahía de aguas calmas y un entorno precioso. La policía nos recomendó un lugar a pocos metros del agua y estuvimos allí hasta que nos dimos cuenta de que enfrente nuestro había una discoteca y que no tenía paredes, así que nos movimos alejándonos de la playa y paramos en el estacionamiento de la Facultad de Pesca, coincidiendo que también estaba a la vista del cuartel de policía. No fue un lugar tan bonito como el anterior, aunque sí mucho más tranquilo.
Temprano por la mañana
nos despedimos del mar que nos había ido acompañando por largo
tiempo y nos internamos en el continente rumbo sur, a deshacer los
cerca de mil kilómetros que nos separaban de Bogotá.