Del 7 al 12 de Octubre,
2013.
El tiempo que se tarda
para cruzar una frontera por estas tierras no se mide en la cantidad
de gente haciendo fila, que generalmente es poca. Aparte de los
siempre molestísimos, insolentes y descaradamente caraduras
“gestores”, “cambistas”, y “cuidacoches”, el tiempo de
las gestiones lo da la profesionalidad del funcionario de turno,
generalmente son amables, pero no saben mucho de su trabajo (incluido
leer y escribir, y tenemos pruebas que lo demuestran...), además, si
uno tiene la mala suerte de que no haya nadie adelante, generalmente
están jugando con el teléfono móvil o conectados a Facebook, (si
hay internet o al menos computadoras) por lo que no les agrada mucho
que uno los quite de sus entretenimientos. Cuando salimos de El
Salvador, tuvimos que dar un par de vueltas de frontera a frontera,
ya que no hay indicaciones y salimos por el lugar incorrecto, menos
mal que los de seguridad lo entendieron. Ya del lado de Honduras, no
había en el lugar ningún representante de la policía o el
ejército, por lo que aparte de un par de guardias privados (y nada
profesionales) el lugar era tierra de nadie, una vez encontrada la
oficina de aduana, el funcionario, que tenía buenas intenciones,
pero desconocía su trabajo, no entendía que el Título del vehículo
en España se llama Permiso de Circulación, por lo que nos tuvo casi
una hora en su ventanilla, con nosotros intentando explicarle
mientras todos los “locos del pueblo” del lugar nos rodeaban,
pedían limosnas y gritaban a nuestro alrededor.
Una vez que pagamos U$S35
y terminados los trámites en Honduras, intentamos recorrer lo antes
posible los 136km que nos separaban de la otra frontera, esta vez con
Nicaragua. No nos quedamos en Honduras, ya que no teníamos buenas
referencias del país, catalogado como uno de los más peligrosos del
mundo, tampoco tiene atractivos demasiado interesantes y todos los
que encontramos viajando habían hecho lo mismo, cruzarlo de día lo
antes posible. Y no fue mala idea, las carreteras están en pésimo
estado, y la gente del lugar, espera con palas cerca de los baches
para abalanzarse sobre los coches pidiendo dinero. Lo hacen tirando
tierra sobre la carretera, simulando nuevos baches, o simulando haber
tapado alguno, el dinero sería como pago por el “servicio público”
brindado. En muchos casos eran niños muy pequeños, que sin noción
del peligro se acercaban hasta casi tocarnos a Furgo, y eso que no
nos deteníamos, aunque sí bajábamos la velocidad.
Cruzamos otra vez la
frontera caótica de Honduras y menos mal, porque ya estábamos
cansados, la de Nicaragua funcionaba algo mejor, eso sí, el costo de
los trámites es altísimo, U$S12 cada uno por sellar el pasaporte,
en realidad es algo menos, pero siempre se redondea, ya que no dan
cambio. También pagamos U$S12 por el seguro obligatorio y U$S5 por
fumigar el vehículo, aparte de otro impuesto más de unos pocos
dólares por un formulario sin sentido.
Liberados de todos los
pasos fronterizos, ya en Nicaragua, esquivando baches nos dirigimos
hasta la primera ciudad importante después de la frontera,
Chinandega. Ésta es una pequeña pero bulliciosa ciudad llena de
triciclos y bicicletas, de gente amable y pasado colonial, también
es la ciudad materna del poeta Rubén Darío. Nos estacionamos cerca
del cuartel de policía, paseamos y descansamos por el centro y su
plaza central, de la cual estábamos a unos pocos metros y pasamos un
buen rato charlando con unos chicos que, intrigados por vernos, se
acercaron para ver qué hacíamos.
Al otro día recorrimos
los pocos kilómetros que nos separaban de León, una ciudad
monumental, otra de las joyas de la ruta Colonial centroamericana,
recorrimos a pie el centro histórico y su mercado con un calor
húmedo realmente agobiante.
Decidimos que mejor estaríamos cerca
del mar, y a pocos kilómetros de la ciudad están las playas de
Poneloya y Las Peñitas. Estas playas son muy típicas del Pacífico,
muy abiertas, arena negra y olas grandes. Después de quedar con la
policía para que nos dejen quedarnos cerca, comimos en un
restaurante bastante decadente de por allí y nos quedamos a pasar la
tarde en la playa, hasta que, justo después de la puesta del sol,
por cierto, preciosa, una tormenta de esas que nos persiguen a
menudo, nos mantuvo dentro de Furgo por un buen rato, cuando calmó,
nos instalamos en el patio del cuartel para pasar la noche.
Nos despedimos de nuestros anfitriones, que nos dejaron su patio, baño y comodidades y nos dirigimos hacia la
capital turística Nicaragüense por excelencia, Granada, que también
pertenece a la ruta Colonial y de los Volcanes. Antes nos detuvimos
en Laguna de Apoyo, una laguna formada en el cráter de un volcán, y
llegamos a la entrada del parque nacional del Volcán Mombacho, a
unos 10km de Granada y al cual nos dijeron que teníamos que ir por
la mañana temprano ya que se sube con un vehículo especial y se
necesitan guías para los senderos cercanos a la cima.
La ciudad de Granada fue
fundada en 1524, fue una de las primeras fundadas en el hemisferio
Oeste y es preciosa, está ubicada a orillas del Gran Lago de
Nicaragua o Cocibolca, aunque éste, en cambio de sumar, le resta
atractivo, ya que es muy sucio, con oleaje y su malecón es una de
las partes peligrosas de la ciudad, y para entrar en la parte buena
del lugar hay que pagar. Definitivamente la ciudad no necesita ese
lago, su atractivo está en sus calles, edificios e iglesias.
Estuvimos bastante tiempo en la biblioteca charlando con los
encargados, gente de lo más agradable. También presenciamos la
Fiesta del Maíz, gran celebración con bailes y vestidos típicos,
música y mucho color. A la tardecita, en el ex convento de San
Francisco, daban un ciclo de cine latinoamericano, y vimos una
película mexicana. Fue una lástima que los únicos que asistimos al
lugar éramos 4 extranjeros, aunque por supuesto que disfrutamos de
la proyección. Por la noche nos dijeron que podíamos quedarnos
frente al Convento de San Francisco, era tranquilo y había un
guardia toda la noche, también teníamos conexión de wifi. Justo
antes de irnos a dormir comenzaron a aparecer “cuidacoches” (que
realmente daban miedo) diciendo que el guarda no nos cuidaría y que
les paguemos por seguridad. Le preguntamos al guarda y con cara de
asustado balbuceó unas excusas, ya que no quería involucrarse en
conflictos. En un minuto ya estábamos con Furgo en marcha y rumbo a
la plaza central, frente al ayuntamiento, donde aunque no era
tranquilo por los ruidos, al menos era seguro.
Queremos destacar que en
Nicaragua, da la impresión de que no hace mucho que hay turismo de
masa, por lo que la gente y el gobierno creen que todos los
extranjeros tienen mucho dinero, dan los precios de las cosas y
servicios en dólares y, para no quedarse cortos en múltiplos de 5 y
a precios europeos.
Por la tarde Malén
aprovechó que había un quiropráctico en el pueblo y se hizo una
buena puesta a punto y por muy buen precio.
Dormimos muy tranquilos,
aunque con mucho calor, por la mañana siguiente hicimos compras,
Pablo también visitó al quiropráctico, y comenzamos con las
gestiones para el futuro embarque de Furgo para cruzar el Tapón de
Darién, desde Panamá hasta Colombia. Luego fuimos a la playa y más
tarde en el predio de la policía, que comparten con los bomberos y
el ayuntamiento, hicimos una reparación menor que consistió en
ajustar y lubricar los rodamientos de las ruedas delanteras, que
tenían algo de juego. Lo hicimos con ayuda del mecánico del
ayuntamiento quien se ofreció muy gentilmente y nos prestó las
herramientas y su asesoramiento. Por la noche dormimos más frescos y
temprano a la mañana partimos hacia Costa Rica, a unos 40km de donde
estábamos.
El paso de frontera ésta
vez fue mas tranquilo, aunque del lado Nicaragüense otra vez nos
cobraron por los trámites de salida e hicieron lo posible para
redondearnos el precio (cosa que esta vez no permitimos), y tuvimos
que buscar a 4 funcionarios distintos perdidos entre toda la gente
para que nos revisen y sellen los papeles de salida de furgo, algo
así como los juegos de Buscando a Wally.
Del lado Costarricense,
las cosas están más organizadas, aunque nos estafaron con una
fotocopia. De todas maneras, los trámites son gratuitos y los
funcionarios profesionales, aunque también entretenidos con sus
móviles. Pagamos U$S33 por el seguro obligatorio y, para que nos lo
sellen, esperamos 20 minutos a que los encargados (que se llamaban
unos a otros eufóricos) terminen su “café con empanadas”,
claro, luego las caras malas las recibimos nosotros por osar molestar
tan sacra actividad...
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