Del 20 al 23 de
Septiembre, 2013
El día 20 por la mañana
temprano, aún en Chiapa de Corzo, recibimos la hermosa noticia del
nacimiento de Max y Nil, los mellizos de María Antonia (hermana de
Malén) y Xesco. Entre la alegría y un poquito de nostalgia por no
poder estar en Mallorca para compartir ese momento tan especial,
subimos con Furgo (si, todo en subida) los 55km que nos separaban de
San Cristóbal de las Casas, quizás la ciudad más valorada
turísticamente del estado de Chiapas, y con mucho mérito propio. El
casco colonial es muy grande, colorido y muy bien conservado. Hay
cantidad de iglesias, algunas muy simples, otras decoradas de forma
ostentosa y barroca. Todas muy coloridas.
Justo al llegar nos
encontramos con unos viajeros argentinos y españoles que estaban
disfrutando de la ciudad desde hacía ya varios meses, y ellos nos
introdujeron un poco en lo que es el espíritu del lugar. Como ya era
pasado mediodía decidimos ir a comer al mercado local, ya que en las
peatonales y el centro todo es demasiado turístico. No nos
imaginábamos que el mercado podía ser tan enorme. Un laberinto de
pasillos abarrotados de tenderetes, mujeres y hombres vendiendo sus
productos luciendo los colores de sus comunidades, olores, sonidos
estridentes de música tropical o canciones evangélicas, pregones de
los vendedores y mucho más por descubrir.
Nosotros comimos muy
barato en el puesto de una señora en un rincón que creemos no
podríamos volver a encontrar, luego nos fuimos a visitar y a charlar
con nuestros nuevos amigos a su hostal, Nos tomamos un chocolate
caliente en un bar y, como era casi de noche nos fuimos a buscar un
lugar seguro para dormir seguros. Muy cerca del centro está el
Hospital de la Mujer, preguntamos y con una gran sonrisa nos dijeron
que estacionásemos en la calle de atrás, donde ellos tienen el
puesto de seguridad.
Dormimos muy tranquilos y por la mañana
decidimos ir a San Juan Chamula, un pequeño
pueblo que queda a 10km, donde los domingos se reúnen las
comunidades indígenas para celebrar un mercado muy colorido. Era
Sábado así que el pueblo en sí no tendría mayor interés más que
una pequeña iglesia donde los indígenas celebran sus ritos. Nos
encontramos con la sorpresa que era el día de San Mateo, y la
culminación de las festividades del pueblo. Miles de personas
poblaban y transitaban la plaza y las calles aledañas. Todas las
comunidades de los alrededores y sus autoridades indígenas estaban
vestidos con sus mejores galas. Los hombres se agrupaban de acuerdo a
sus jerarquías, los de chaleco de piel de oveja natural blanco, los
de chaleco negro y otros además con unos sombreros blancos con un
tocado de lana roja muy bonitos y llamativos.
El interior dista bastante de
parecerse a un templo católico convencional. Aparte de no haber
bancos en los que sentarse, el suelo está cubierto de hierba y de
velas encendidas, alrededor de las cuales grupos de gentes rezan. A
los costados, grandes vitrinas protegen a figuras de santos católicos
que parecen sacadas de alguna película de terror. El interior huele
intensamente a incienso y humo de velas. A Pablo le llamó la
atención ver una familia rezando a un semicírculo de velas que
guardaban a dos botellas de Coca Cola sin abrir puestas de manera
especial. Pablo intentó entablar una conversación con alguien,
dentro y fuera de la iglesia. Dentro lo logró hacer con un borracho
del cual no sacó nada en limpio. Fuera de la iglesia, no logramos
más que monosílabos o vueltas de cara, primero porque casi nadie
habla fluido el castellano, si es que lo habla; segundo porque
creemos que no éramos del todo bienvenidos a esa fiesta. De echo,
entre las miles de personas no debemos de haber sido más de 10
extranjeros en el lugar, por lo que nos sentimos bastante observados
y vigilados. Aún así, asistir a esa celebración fue una
experiencia impactante, más allá del colorido y de lo autóctono y
genuino de la misma.
Más relajados, ya de
vuelta a San Cristobal, por la tarde subimos a un mirador donde se
encuentra una iglesia y caminamos por la ciudad sin prisas. Nos
volvimos a encontrar con nuestros amigos, con los que charlamos
bastante e intercambiamos información del viaje, y volvimos a dormir
al hospital, esta vez además nos permitieron ducharnos en el
albergue de familiares de las personas ingresadas, cosa que
agradecimos mucho.
En la mañana del Domingo
seguimos al sur hasta Comitán, la tercera de las ciudades de Chiapas
que visitaríamos antes de llegar a Guatemala. Hicimos unas compras,
y estacionamos muy cerca de la plaza central, que, por cierto, es muy
bonita y está muy cuidada. Comitán, no es tan turística como San
Cristóbal, ni tiene todos sus encantos, pero se nota la preocupación
por mantenerla limpia y bien conservada. Y en México eso tiene
mérito. Estuvimos toda la tarde deambulando por los museos y
sentados en la plaza mirando pasar el día. Al atardecer, en la
galería del ayuntamiento, la banda municipal, como lo hace todos los
jueves y domingos, brinda un recital bailable que, por supuesto,
aprovechamos y nos lanzamos a la pista entre los locales. Es
interesante, y ya lo vimos algunas veces, el uso de la marimba como
instrumento principal, que le da a las interpretaciones un sonido muy
local y a la vez sofisticado y hermoso.
Dormimos en nuestra
última estación de servicio Pemex, como para despedir bien a México
y por la mañana recorrimos el tramo que quedaba hasta Ciudad
Cuauhtémoc en la frontera con Guatemala.
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